La comparación entre Nixon y Bush es un ejercicio que da mucho juego. Hay ideas de esta columna de hace 33 años que sirven para comentar la dimisión de Karl Rove. El lento streaptease, la desnudez moral o el nerviosismo en el partido republicano se repiten de nuevo, aunque en esta ocasión sabemos que no hay impeachment o destitución presidencial en el horizonte, sino mero desmoronamiento y una estrategia de desgaste de los demócratas de cara a las presidenciales de 2008. Por eso, a lo que habrá que prestar atención a partir de ahora es a como lo hacen los demócratas para vencer: qué quieren hacer en Irak, cómo quieren tratar a la inmigración, qué piensan hacer con el gasto social y con los impuestos.
Del alfiler al elefante
Por MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
Si Raymond Chandler se hubiera dejado tentar por la política ficción, hubiera tenido un magnífico tema en el acoso al presidente Nixon. El presidente es un personaje típico de Chandler, como sin duda lo era el vicepresidente Agnew. La técnica del genial escritor de novelas de vanguardia y ladrones consiste en someter a un progresivo strip-tease a los malos de sus historias. La desnudez moral es la única posibilidad que tiene el marginado detective de las novelas de Chandler para imponer sus conclusiones a la policía, dura, escéptica, que odia al detective Marlowe casi tanto como el detective Marlowe odia el orden que indirectamente defiende.
¡Qué maravilla, un diálogo entre Marlowe y Nixon, con las cintas del Watergate por enmedio!
Pero no se trata de una novela. La realidad ha superado cualquier posible ficción. Jim Reston acaba de escribir lo que puede ser la elegía fúnebre del político Nixon, y cuando Jim Reston escribe elegías fúnebres sabe lo que se dice. El tono general de la prensa norteamericana es de réquiem. Y en cuanto al público, asiste al espectáculo con talante de lectores de Chandler, pendientes ya de las últimas prendas íntimas que les quedan a los culpables para quedar al desnudo. Día a día cae una pieza de ropa en el largo camino del largo adiós. Hace dos días, el vicepresidente Ford permitió que circulara su lista de ministrables en cuanto suba a la presidencia. Desde los tiempos de las últimas conspiraciones republicanas de la Roma del siglo I antes de Cristo, no se había visto nada igual.
La plana mayor del Partido Republicano no sabe cómo quitarse el muerto de encima. Ayer perdieron la cuarta elección parcial del año y el desastre puede ser alucinante en las próximas elecciones del otoño. Por una parte, Rockefeller tolera que se especule sobre su posible candidatura a la presidencia para 1976, con Kissinger como secretario de Estado; por otra, el propio vicepresidente se dispone a asumir la presidencia mucho antes, también con Kissinger como secretario de Estado. Está claro, clarísimo, que el desenlace de esta novela llegará cuando Nixon pierda su última prensa de ropa interior: el mismísimo Kissinger. El actual secretario de Estado actúa como hoja de parra, pero es lo suficientemente listo, maquiavélicamente hablando, para abandonar tan incómoda función en el momento cumbre. En cuanto los medios de comunicación anuncien que Kissinger se ha distanciado claramente de Nixon, las campanas del entierro pueden iniciar su lento vuelo, su largo adiós.
Es el fin, el happy end que todo el mundo espera para esta novela de política ficción que roza la frontera del género más tradicional de guardias y ladrones. Jim Reston ha escrito: “El presidente sólo quiere perder tiempo en espera de algo salvador”. No creo que Nixon espere imposibles. El presidente resiste por una a la vez simple y complicada cuestión personal. Sólo los muy desahuciados son capaces de construirse un búnker y no abandonarlo ni siquiera cuando la guardia o deserta o se suicida. Aún le queda a Nixon una partida secreta de hormigón armado, y cuando se quede sin guardias, cuando se quede incluso sin Kissinger, el presidente cerrará el búnker desde dentro, con sus propias manos. Habrá llegado el momento de la tranquilidad. Entonces, Nixon, completamente solo, pondrá en marcha a la vez todas las cintas magnetofónicas que ha ocultado y sacará de la caja fuerte todos los dólares que ha evadido. Hay juergas solitarias que no tienen precio.
18 de abril de 1974. Tele/eXpres
A Manuel Vázquez Montalbán, primera entrada del blog (21 de abril)
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