¿Quién se acuerda de José María Massip? Hoy muy pocos. Hace 34 años algunos más, porque le habían leído en Abc y en el Diario de Barcelona. Aquel ’Del alfiler al elefante’ era necesario entonces y sigue siéndolo hoy, para que no se rompa el hilo rojo del periodismo, a pesar de una guerra civil, los cambios de bandera y de lengua y los montones de escombros que dejan la violencia y el paso del tiempo. Fue escrito como apoyo o acompañamiento a una noticia titulada “Ha muerto Josep Maria Massip”, con el subtítulo: “Dirigió La Rambla y La Humanitat”. MVM le considera como “uno de los mejores periodistas catalanes de los años veinte y treinta”, hilvana un hermoso elogio (“supo poner la ironía al servicio de la esperanza”) y pide una antología de sus artículos que nadie ha hecho desde entonces. Massip fue militante de Esquerra Republicana de Catalunya, y se encargó de redactar la declaración que leyó Companys el 6 de octubre de 1934. Dirigió el diario del partido hasta que se exiló directamente a París en 1937 antes de que terminara la guerra civil. Luego en 1948 se convirtió en corresponsal y comentarista de política internacional. Es todo un honor pertenecer a su linaje.
Del alfiler al elefante
Por MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
Los críticos de política internacional se dividen en dos grandes clases: los locos y los cuerdos. La locura en esta profesión es comprensible. Uno está cada día pendiente de lo que hacen los grandes de la Tierra y llega un momento en que les conoce casi como su madre. Entonces el comentarista de política internacional enloquece y convierte sus escritos en una serie de advertencias y ultimatos dirigidos a los grandes de la Tierra: De Gaulle, no hagas esto o aquello que me enfadaré y diré todo lo que sé; Breznev, cuidado que ya sé por dónde vas; tú, Mr. Heath, no te metas en camisa de once varas; Nixon… A Nixon vamos a dejarle.
José María Massip era un crítico cuerdo. Era uno de los indiscutibles maestros de la “corresponsalía” y un maestro en la medida de la crítica. La gente leía a Massip por sus entrelíneas más que por sus líneas, sobre todo en aquellos años en los que era tan árido leer un diario español y se agradecía la escritura de Massip mitad distancia mitad insinuación. Massip, que había visto casi toda clase de poderes, les había tomado la medida y había descubierto su terreno. Era un espectador, tal vez como último recurso para una promoción que vio frustrada su vocación de protagonistas. Massip había sido uno de los mejores periodistas en lengua catalana de los años veinte y treinta, en unos años en los que era difícil ser de los mejores porque había muchos y buenos, hijos de una espléndida floración de prensa en catalán. Su conversión en corresponsal es un tanto tardía, 1948, cuando ya tenía 44 años de edad y había dejado un tanto atrás la mitad de su camino. El talento de Massip estaba ya entonces condicionado, más condicionado por sus naufragios que por sus esperanzas, y sin embargo supo poner su ironía al servicio de la esperanza. Porque uno de los mejores favores que se puede hacer a la esperanza es no aceptar nunca la realidad presente, sea la que sea, como el punto final de los siglos.
Los liberales son imprevisibles en sus ironías. Siempre me ha admirado que entre los que se marcharon de la zona republicana en plena Guerra Civil, al menos dos casos rompieran la monotonía de las direcciones hacia Roma, Bayona o Burgos. Uno de esos casos es Josep Maria de Sagarra, que se fue nada menos que a la Polinesia. Massip tampoco se quedó, como quien dice, en Matadepera, se fue a Manila. Su recuperación para el lector español en 1948 fue acogida con una cierta expectación por cuanto significaba el retorno de uno de los pocos supervivientes del “Diluvio”. Areilza ha escrito en La Vanguardia de hoy una bonita semblanza de Massip: “Él, que procedía de un campo político adverso, actuó siempre con exquisita y ponderada rectitud”. Si repasamos ahora las crónicas de Massip, y tal vez sería oportuno reunirlas en una antología, habría que enmendar un poco la adjetivación de Areilza y dejarla en “… una exquisita, ponderada e irónica rectitud”. Massip era demasiado inteligente para que su rectitud fuera simplemente exquisita y ponderada como la de los chambelanes o los mayordomos.
Otro aspecto a valorar en sus escritos es el sustrato cultural, a valorar y añorar. Massip pertenecía a aquella “inteligencia” de entreguerras que aún se crió con grano cultural y no con piensos compuestos. Aún existía entonces una clara diferencia entre cultura e información, sustancia y accidente y toda clase de cualidades entre apariencia y realidad. Eran otros tiempos. Irreplanteables y, desde luego, irrepetibles. Pero al menos el papel ejemplar de la memoria sirve para que los protagonistas de aquellos años queden con el testimonio de lo que intentaron y consiguieron o no consiguieron, incluso quede esa reconversión final en espectadores cuerdos.
Aunque a veces ese talante tuvieran que irlo a buscar tan lejos. Polinesia… Manila…
10 de mayo de 1973. Tele/eXpres
A Manuel Vázquez Montalbán, primera entrada del blog (21 de abril)
Hay 1 Comentarios
Leyendo esta evocación de Massip escrita por el gran Manolo V el Empecinado hallo muchas de las dosis que hicieron de él un periodista que supo combinar lo que sabía con lo que intuía. Leerlo hoy sigue siendo una lección de periodismo sabio e irónico; en algún sentido, este es también un autorretrato. Ay, periodistas que no van quedando.
Publicado por: jcruz | 08/08/2007 20:46:30