Los políticos no debieran estar autorizados a llamarse mentirosos unos a otros. Admitir que se conviertan en árbitros de la verdad y que uno de ellos pueda sentenciar y condenar a otro por mentiroso es tan extraño como admitir que los futbolistas hagan de árbitros y se reprochen entre sí que dan patadas durante los partidos. El saber más común y compartido enseña que los políticos mienten como los futbolistas dan patadas. No está bien, pero se hace. Lo hacen. Todos. En los debates y fuera de los debates. Con cuadros estadísticos en la mano y repitiendo lo que han memorizado. Cuando escuchamos el sonsonete mentira, mentira en boca de un político quiere decir que hay algo que no funciona. Son los ciudadanos, con la ayuda de los periodistas por supuesto, quienes deben controlar verdades y mentiras. Y quizás si se lo permiten los políticos con tanto desparpajo es porque no se les somete suficientemente al riguroso control de la verdad que merecen.