Varias crisis se superponen y entreveran, como capas geológicas que funcionan como catalizadoras y se activan unas a otra. La crisis de las hipotecas subprime norteamericanas lleva a la crisis de liquidez internacional, pero en países como España conduce al estallido de la burbuja inmobiliaria. Interviene además sobre fondo de inflamación de precios de las materias primas, con dos brazos: la energía por un lado y los alimentos por el otro. De ambos empezamos a saber algunas cosas: la causa no puede ser únicamente el uso excesivo de territorios agrarios para la producción de biocombustibles, tampoco la política equivocada de Washington en Oriente Próximo, ni la irremisible adicción norteamericana al petróleo que el propio Bush ha señalado, ni las sequías y catástrofes naturales que han arrasado cosechas, ni mucho menos la hija de la mano invisible que es la mera especulación, pero quizás sí lo son o si contribuyen en grados distintos todas ellas. Cuenta, y mucho, la disminución de reservas de petróleo y el estancamiento de las inversiones para aumentar la capacidad de producción de los yacimientos existentes. Pero en el encarecimiento de la energía y en el de los alimentos, también cuenta y quizás de de forma definitiva la entrada en el consumo de millones de familias de las nuevas clases medias que están apareciendo en China, Rusia o Brasil, en muchos casos enriquecidas, a su vez, gracias a los precios altísimos de materias primas que producen estos países.