La comparación hasta ahora se establecía entre los dos vecinos. Sarkozy y Berlusconi tienen muchas cosas en común, una de las más destacadas su capacidad mediática, de actor uno y de magnate el otro, todo hay que decirlo. También han sabido pulsar algunas teclas similares, no precisamente las más limpias del teclado: el miedo a la inmigración, por ejemplo. Es evidente que Sarko se ha zampado el discurso de Le Pen, pero ha mantenido alejado de las instituciones a su Frente Nacional, y lo ha metabolizado; mientras que el Gran Silvio lo ha hecho con la Liga Norte pero la tiene dentro del Gobierno y le permite todas las iniciativas más extremistas. Los dos tienen también un sentido especial de la libertad económica, que juega sólo en la dirección que les conviene y se hallan en la tesitura de favorecer un cierto capitalismo de Estado que les hace parientes cada vez más próximos de Putin. La democracia soberana, por desgracia, es la moda de la temporada que se avecina, cosa que tiene poco que ver con la tradición de la división de poderes, los checks and balances y la fuerza de la sociedad civil y de sus instituciones, los medios de comunicación entre otras.