Las grandes noticias no son una noticia, sino la amalgama de muchas. Su densidad, su peso específico, su complejidad son los elementos que les proporcionan envergadura y conducen luego a producir un impacto tan espectacular. La liberación de Ingrid Betancourt es una de esas noticias grandes y densas, compuestas de múltiples elementos difíciles de diseccionar, de forma que cuando pegan producen un auténtico cráter en la opinión pública. Basta ver cómo ha caído este meteorito enorme en su país, en la vecina Venezuela, en Francia o en España. Va a marcar la época en muchos aspectos: de entrada, se hunde la última guerrilla, sin ir mucho más lejos. Pero lo que más brilla, como siempre en periodismo, es el calor y la emoción de una historia de hombres y mujeres que sufren y que superan el sufrimiento. Las imágenes de Ingrid con su madre anteayer, ayer con esos hijos que no ha visto crecer, la narración de la protagonista ante las cámaras y los micrófonos, su entereza, componen el núcleo de esta noticia enorme que por una vez desmiente que las noticias para serlo deben ser malas.