Obama ha recibido dos severos reveses este fin de semana, y se lo han propinado dos regímenes enemigos, que se detestan, desean seguir detestándose y sólo se conciben cada uno de ellos en oposición radical al otro, hasta la guerra en un caso y el exterminio en el otro. El Irán de los ayatolás y del radicalismo religioso y nacionalista de una parte y el Israel de los colonos y del sionismo extremista del Likud y de Nuestra Casa Israel, de la otra, le han dicho de forma sonora a Obama que no piensan seguir sus planes de paz para Oriente Próximo, con la creación de un Estado palestino, el cese total de los asentamientos fuera de la ley internacional en Cisjordania y Jerusalén y la firma de una paz en la región que implique el reconocimiento de Israel por parte de todos los páises árabes e islámicos.
Esto es lo que significa la victoria de Mahmud Ahmadinejad en las elecciones presidenciales iraníes que le han dado de forma sorprendente un segundo mandato en la primera vuelta. Ahmadinejad, además de negar el Holocausto judío en manos de los nazis y de amenazar con perpetrar uno de su propia mano, ha convertido el programa nuclear iraní sin autorización internacional en la bandera de una política populista y económicamente nefasta para su país. Su reelección ha sido obra de la dictadura religiosa, que ha cortado de raíz la primavera democrática desatada con la campaña electoral.
Muchos son los datos que avalan la teoría del pucherazo, desde la alta e inexplicable votación recogida por Ahmadinejad en Teherán hasta el severo control de los medios de comunicación, la prohibición de las encuestas y el total bloqueo de las comunicaciones telefónicas móviles en la noche electoral. El régimen quiso cerrar el paso a Mussaví en la primera vuelta, porque se dio cuenta a tiempo de que llegar a la segunda vuelta abriría más tiempo a la movilización democrática y pondría a Ahmadinejad contra las cuerdas.
Pocos se han alegrado más de la victoria del iraní extremista que los israelíes extremistas, que tienen uno de sus feudos intelectuales en la universidad Bar-Ilan de Jerusalén. Allí es donde ayer por la noche el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, pronunció un parlamento que los medios afines han venido presentado como el discurso de su vida y la cumplida respuesta a la propuesta de Obama en su encuentro de Washington y en su discurso de El Cairo. La respuesta de Netanyahu le viene muy bien a Ahmadinejad para seguir disputando a los árabes moderados y a los amigos de Obama el liderazgo sobre el mundo islámico.
La propuesta de Netanyahu es, sobre todo, una demostración de habilidad retórica y de escasa voluntad de paz. Un estado que no es un estado, nada de compartir Jerusalén, menos todavía de regreso de los refugiados, un buen pliego de condiciones previas para sentarse con los palestinos –que reconozcan a Israel como estado judío y acepten que su autodeterminación será siempre parcial y mutilada- y ninguna por supuesto para los israelíes, que van a seguir ampliando las colonias en nombre del crecimiento natural aunque a eso le llamen congelación. Así puede resumirse una propuesta que no es tal y que ofrece a la Autoridad Palestina un mensaje claro: podemos negociar si vosotros lo cedéis todo antes de sentaros; y aún así no nos comprometemos todavía a daros un Estado.
Las únicas concesiones de Netanyahu ayer fueron meramente verbales. Su fiabilidad es algo perfectamente conocido por la otra parte. Es lo más parecido a un rechazo elegante del programa de Obama, aunque la mención formal a los dos estados, bien poco comprometedora, ha permitido una reacción positiva inicial de la Casa Blanca. Lo que está dispuesto a dar el actual gobierno israelí ha quedado bien claro: nada de nada.
Pero el discurso de Netanyahu no merece leerse en contraste con la victoria de Ahmadijead sino con el discurso de Obama, y al respecto lo primero que contrasta es su falta absoluta de visión de futuro para sus conciudadanos y para sus vecinos, a los que no sabe concebir sino es como enemigos derrotados y desarmados. Lo suyo es defender sus intereses, desde los más cortoplacistas para conservar su frágil e impresentable coalición con Lieberman, el xenófobo y racista dirigente de Nuestra Casa Israel, hasta los más estables, aunque no menos miopes, de seguir resistiéndose a un proceso de paz en auténticas condiciones de equidad y de justicia para todos.
Israel se halla en una auténtica encrucijada, en la que el tren de los dos estados puede pasar muy pronto sin que haya una nueva oportunidad de volver a subirse a él. Quedan pocas alternativas y todas malas, si no hay estado palestino. La primera es la que empieza a prosperar en la cabeza de muchos palestinos: ya que no se les da un Estado hay que disolver la autoridad palestina y situar a Israel frente a sus obligaciones como ocupante y administrador de todos los territorios. El combate por la autodeterminación debe cesar y empezar otro por el reconocimiento de los derechos de ciudadanía, sabiendo que en dos décadas los árabes y los no judíos serán mayoría demográfica en los territorios que hay entre el Mediterráneo y el Jordán. Es la fórmula, rechazada clásicamente por el movimiento sionista, de un Estado binacional para todos, que empezará a coger cuerpo cuanto más vaya difuminándose la fórmula de los dos estados.
Hay todavía una alternativa más a esta fórmula, claro está: es la profundización de lo que existe actualmente y lo que Netanyahu defendió ayer noche como estrategia. Un estado demediado, sin todos sus atributos, sin apenas continuidad territorial, sometido a las arbitrariedades y caprichos del gobierno de turno del otro Estado, meramente pensado para la gestión de la vida municipal y económica. Tiene la gran ventaja para Netanyahu y los suyos de que una fórmula así permite y aconseja conservar los actuales asentamientos, ilegales según toda la legislación internacional, que se convierten en un medio muy eficaz para controlar al semiestado vecino.
Esta fórmula, por más que no les guste la expresión a algunos en Israel, se parece como un huevo a otro huevo al sistema de apartheid sudafricano. Y tiene un inconveniente mayor, su sostenibilidad a largo plazo, con el actual horizonte demográfico, cada vez más difícil sin que el sionismo pierda totalmente su alma y sus valores humanistas y democráticos. Esta es una larga partida, en la que Obama ha conseguido algo tan importante como que se desplacen las líneas y empiecen a cambiar las ideas recibidas. Pero siendo larga, Obama necesitará obtener resultados muy pronto si no quiere que descarrile toda su apertura al mundo árabe y musulmán.
(Enlace con el discurso de Netanyahu).
Hay 2 Comentarios
Lluis, todo lo que haz descrito, se puede decir mas fuerte, pero es imposible describirlo mas claro. Tu árticulo ha descrito a la perfección y en su totalidad la actual situación de Oriente Medio y sus actores. La clave para mi, es la posición que adopte Arabia Saudita, que es el eslabón mas débil, y que dificilmente puede aceptar un Irán demasiado poderoso. Está claro que apesar de las dificultadas por las que Irán atraviesa, su proyecto nuclear es imparable (sinó ya se hubiese "neutralizado"). Otro "comodín" en el plano geopolítico mundial son el grupo de países BRIC (Brasil,Rusia,India y China) que como potencias emergentes vienen avaladas por una estadística impresionante en cuanto a mercado, población, producción, materias primas, etc. Y que tarde o temprano se tendrán que traducir por influencia en el plano político. Para entonces o bien se consolidan las relaciones EU-EEUU, o se créan nuevos bloques, socios y políticas. Un futuro realmente preñado de interesantes incógnitas y apasionantes posibilidades. Ya veremos (si no nos lo impide alguna catástrofe natural, producto de nuestro maltrato al planeta)
Publicado por: Cartero | 15/06/2009 23:55:32
Excelente artículo. No creo que guste ni a unos o a otros: que horrible panorama el de quienes no estamos dispuestos a detestar sin que la razón pueda ejercerse plenamente.
Publicado por: marga | 15/06/2009 13:53:27