Lluis Bassets

Katyn sin Auschwitz

Por: | 22 de octubre de 2009

Uno a uno, con un tiro en la nuca. Así hasta 21.857. La flor y nata de la oficialidad polaca, pero también millares de profesionales de toda condición. La élite de un país que no quería conformarse a su desaparición y al reparto de sus despojos entre Alemania y la Unión Soviética, las dos grandes potencias que lo habían ocupado en septiembre de 1939. Sucedió en la primavera de 1940, en los mismos días en que las cárceles y cuarteles de la España franquista se habían convertido también en un matadero de hombres, ejecutados también por razones políticas aunque de significado contrario.

El exterminio se realizó a propuesta de Beria, en carta dirigida a Stalin, fechada el 5 de marzo de 1940, y clasificada como ultrasecreta. El escrito ordena a la NKVD (la policía de Estado soviética) que juzgue en tribunales especiales, sin comparecencia de los detenidos y sin acta de acusación, mediante la mera producción de certificados de culpabilidad y que "se les aplique el castigo supremo: la pena de muerte por fusilamiento".

Meses más tarde, el 22 de junio de 1941, Hitler invadió la Unión Soviética. De los más de 22.000 polacos detenidos por los soviéticos 448 se salvaron del exterminio, fueron amnistiados y se integraron en el ejército polaco en el exilio al mando del general Anders. Los soviéticos y el propio Stalin se hicieron los locos respecto al ejército polaco aparentemente esfumado, hasta que los alemanes dieron la primera noticia del crimen cuando llegaron a Smolensko y descubrieron unas fosas comunes en el bosque de Katyn.

Tres fueron los campos de ejecución, pero sólo en Katyn, donde se asesinó al aire libre al pie de las fosas, quedaron evidencias suficientes de la matanza. Goebbels convirtió el descubrimiento en un arma propagandística, que le permitió neutralizar las noticias que empezaban a llegar sobre los campos de exterminio nazis. La reacción soviética fue salvaje: reconocer Katyn como el crimen soviético que era se convirtió en signo de colaboración con el nazismo. Los aliados actuaron sumisamente ante el dictador soviético: tanto el Roosevelt admirado por Obama y los progresistas como el Churchill adorado por Aznar y los neocons se sumaron al negacionismo de Katyn para complacer a su aliado.

En España, en cambio, se supo la verdad en seguida; verdad de un lado sin la verdad todavía más terrible del otro: a los españoles de los años 50 y 60 se les contaba una historia de Europa en la que estaba Katyn pero no Auschwitz. Lo contrario de lo que les sucedía a los otros europeos y americanos, que sabían de Auschwitz sin Katyn. En la historia soviética era peor: ni Auschwitz ni Katyn, todo confundido en la Gran Guerra Patria contra el nazismo con un solo héroe llamado Stalin; ni eran judías las víctimas de los campos, ni eran soviéticos los verdugos de Katyn.

La documentación probatoria, con la carta de Beria incluida, fue guardada celosamente en los archivos del PCUS, sin que tuvieran noticia de ella más que los máximos responsables soviéticos. Gorbachov eludió todas las peticiones para su publicación, incluidas la del general Jaruzelski, pero no pudo impedir que la perestroika lanzada por él mismo terminara haciendo luz sobre la matanza. En 1988, finalmente, Moscú admitió la responsabilidad de su policía de Estado en el crimen, aunque la presentación de las disculpas no se produjo hasta octubre de 1990. El día en que cedió el poder a Borís Yeltsin, en diciembre de 1991, le entregó personalmente la carpeta que contenía la carta de Beria a Stalin, con una indicación: "Temo que puedan surgir complicaciones internacionales. Pero eres tú quien tiene que decidir". En 1992, Yeltsin entregó la documentación al tribunal supremo de la Federación Rusa para que la adjuntara al proceso contra el PCUS como organización criminal, así como al presidente polaco Lech Walesa.

Se conoce casi todo de Katyn. Los nombres de los ejecutores y los responsables, los móviles del crimen y los documentos probatorios. Nadie ha sido acusado y ni siquiera interrogado en Rusia acerca de todo ello. Andrzej Wajda hizo hace dos años un filme estremecedor, que ahora se ha estrenado en España. Pero en la Rusia de Putin, la niebla cubre de nuevo la memoria del estalinismo. No es extraña la inquietud actual de los polacos.

Katyn tiene la misma edad que los hechos de similar crueldad cometidos por unos españoles contra otros españoles. Pero nuestro Tribunal Supremo ha querido procesar a Baltasar Garzón, el juez que quiere saberlo todo sobre aquellos crímenes. Es Katyn sin Buchenwald, Mauthausen y Auschwitz, todavía.

(Fuentes: La matanza de Katyn, de Victor Zaslavsky y A puerta cerrada. Historia oculta de la Segunda Guerra Mundial, de Laurence Rees, también resumido en el artículo Katyn de la revista Claves de Razón Práctica, nº 191).

Hay 5 Comentarios

En mis años de juventud me familiaricé con la historia de la Segunda Guerra Mundial, versión occidental. Mas tarde conocí la misma historia en la versión Soviética.
Parecía como si se tratara de dos eventos diferentes. El pacto Soviético-Alemán de Agosto del treinta y nueve, podría ser, según el caso, una brillante jugada estratégica para ganar tiempo o una traición a los polacos, que ya tenía el antecedente del Pacto de Munich. La historia de Katyn la ignoraron los historiadores occidentales y los soviéticos abocados a una alianza inevitable a pesar de sus divergencias.
Aun en la actualidad hay quienes niegan la verdad del holocausto.
Es indudable que en ambas exégesis se encuentran datos ocultos, desconocidos pragmáticamente en concordancia con los intereses geopolíticos de la época.
Una vez más me resultó cierta la aseveración de que la historia la escriben los vencedores y generalmente para el consumo de sus pueblos y la consecución de sus intereses
Lo más doloroso es que a pesar del conocimiento de las realidades ocultas la impunidad de los responsables resulta casi siempre el colofón inevitable. Quizá una buena razón para ser cada día más escéptico.
Conocer los eventos descollantes que enmarcan la época en que vivimos siempre será interesante.
Esperar que la justicia humana o divina le pase la cuenta a los que promovieron, o en la acualidad siguen fomentando tanta barbarie, resulta ilusorio.
Pericles

¿Ah? ¿Los rusos soviéticos han sido malitos? Increíble. ¿Y nadie los sabía? Vaya educación histórica de algunos. Bah, y a la par de la Masacre de Katyn vamos a meter a los muertos de los nacionalistas (pero taparemos los que causaron los republicomunistas.) Por Dios que hay días que damos vergüenza. Joder, Lluís, mira que después lloras desconsoladamente por la muerte del periodismo, y tú eres un asesino periodístico.

Quítate tus gafas de izquierdista y mira de frente la realidad. Talvez así os dejáis de bailes los izquierdocomunistas españoles con la pateada que os llevasteis a botas del Caudillo.

Hay que reconocer los errores y los crímenes de TODOS para sanar las heridas.

Parece que hay mucha gente que no se entera de casi nada. Yo nací en 1944 y desde mi adolescéncia he sabido de las atrocidades nazis y de las atrocidades comunistas.

Ayer vi la película de Wajda, excelente, brutal. Hoy leo su artículo que amplía la escasa información que disponía del suceso. Gracias Lluis. Lo de Katyn es un ejemplo vivo del cinismo humano. Lo cual no impide que, al menos yo, me siga preguntando ¿con qué fin suceden este tipo de hechos? ¿qué clase de satisfacción producen las guerras en ciertos hombres? ¿por qué las generaciones reinciden? Seguro que hay respuestas posibles, pero todas me resultan desproporcionadas para la realidad de la barbarie.

Brillante. Son necesarias estas historias en el periodismo de hoy. La gente debe saber que el "Y tú más" no puede dejar sin culpa ni castigo a criminales de guerra.

Una recomendación: La construcción del mal, de Jeffrey Alexander. Sobre como socialmente se demonizó a Auschitz hasta convertirlo en símbolo del mal absoluto mientras otros grandes crímenes han quedado más escondidos.

Podrías seguir la seria con el Holodomor, la gran hambruna que la URSS causó en Ucraina.

Gracias.

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Sobre el autor

es periodista. Director adjunto y columnista de EL PAÍS. Tiene a su cargo la edición de Cataluña.

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