Los cambios de Gobierno y las transiciones políticas suelen ser momentos de vacío de poder, en los que se incrementan los niveles de riesgo y de inestabilidad. Está estudiado el caso de las transiciones presidenciales norteamericanas, ocasión que aprovechan los adversarios y a veces incluso los aliados para tomar iniciativas que en otras ocasiones están prohibidas. Las transiciones son particularmente complejas en los países que son grandes espacios, hasta el punto de que llegan a confundirse con cambios de régimen, como ha sucedido en Rusia, o son objeto de lentos y oscuros procedimientos autoritarios para amortiguar las tensiones, como es el caso en China.
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Hay coincidencias que sólo lo son en apariencia. Dos periodistas del New York Times nos hablan de la Caja de Pandora el mismo día desde Berlín y desde Tokio a propósito de hechos relacionados con la Guerra Fría. Judy Dempsey nos cuenta la historia de las armas nucleares que todavía hay en Alemania, no se sabe muy bien si desplegadas o almacenadas, y cita el informe que ha realizado el ex secretario general de la OTAN, George Robertson, en el que se critica severamente las pretensiones del gobierno de Angela Merkel, que quiere el desmantelamiento de esas últimas armas atómicas en suelo alemán. Martin Fackler, por su parte, explica los propósitos de otro gobierno, el japonés, que quiere desvelar ante la opinión pública el contenido de cuatro tratados secretos firmados entre Tokio y Washington, que obligaban al Estado nipón a sufragar parte del coste de las bases norteamericanas y permitían la entrada de barcos cargados con armas nucleares en los puertos del archipiélago.
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No es un debate inútil. Es un debate perjudicial. Que parte de preguntas mal planteadas y de premisas falsas y sólo puede conducir a conclusiones absurdas o contraproducentes. Lo mejor que puede suceder con este debate es que fracase, como han fracasado otras ocurrencias geniales del hiperpresidente. Pero aunque fracase, el mal está ya hecho. Mientras el mundo cambia e interpela a Europa para que se adapte a los cambios, proliferan aquí y allí las reacciones defensivas y patológicas, repliegues identitarios y finalmente una forma de comunitarismo, aparentemente republicano, pero amarrado al cristianismo como seña cultural frente a los inmigrantes y tentado por la xenofobia, la exclusión del otro y el rechazo de la sociedad plural. Sarkozy y su debate sobre la identidad francesa son el epítome de estos enfoques enfermizos, que cuentan con sus expresiones más crudas y rechazables en las leyes italianos contra la inmigración, pero surgen en forma de sarpullidos populistas en toda Europa.
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Europa se levanta de la mesa de juego, justo en el momento en que China se sienta, cartas en mano, de forma tan tranquila como ostensible. Lo vimos en la Cumbre del Clima en Copenhague y en el Foro Económico Mundial de Davos, y lo hemos visto ahora en Munich, en la Conferencia de Seguridad que anualmente reúne a la élite mundial en cuestiones de defensa. La Unión Europea cuenta con su flamante Tratado de Lisboa y sus nuevos altos cargos, pero le falta lo más importante para jugar en esta nueva escena que se abre tras los cambios en la Casa Blanca y la feroz crisis económica que está transformando el mundo. Nos lo dicen incluso los nuevos jugadores. China e India quisieran que Europa jugara como un agente global con voz propia. Los Estados Unidos de Obama también lo quieren. Sólo los europeos estamos demostrando, con tenaz empecinamiento, que no queremos que la UE sea un agente global con voz propia. Quizás tenemos los instrumentos, pero nos falta la voluntad.
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Obama ha pegado la patada en el hormiguero. La pérdida del escaño de Massachusetts ha sido el catalizador. Pero se veía venir. Varios documentos elaborados por prestigiosos think tanks de ambas orillas venían advirtiendo una seria avería en las relaciones políticas entre EE UU y la Unión Europea. Aunque la bofetada es en el rostro de Zapatero, Europa es quien va pagar el giro de Obama hacia la política interior.
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Siempre lo más difícil ha sido terminar bien. Cuando se ha mandado mucho, cuesta mucho mandar poco. Cuando todos han estado pendientes de uno, cuesta mucho pasar desapercibido. De ahí la tentación suprema de los ex, el momento crucial en que el demonio que llevamos dentro nos pide arremeter contra los más jóvenes, y más si son los sucesores; aferrarnos a la gaita de cualquier tiempo pasado; entonar la cantinela de conmigo no pasaba y hasta dónde vamos a llegar.
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La población mundial dejará de crecer dentro de 40 años, según Naciones Unidas. Pero en estas cuatro décadas todavía aumentará un 50 por ciento más, desde los 6.830 millones de seres humanos que habitamos ahora el planeta hasta 9.150 millones. No es novedad alguna este crecimiento desbocado de la humanidad: en realidad se ha ralentizado un poco, pues en los últimos 50 años hemos estado creciendo a un ritmo del 1’8 por ciento anual, mientras que ahora estamos creciendo al 1 por ciento.
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