Lluis Bassets

Extravagancias de los ex

Por: | 18 de abril de 2011

No mandan, pero influyen. Es difícil que quien ha mandado mucho deje de contar súbitamente. Y quien mucho ha mandado, mucho debe influir cuando ya no manda. El poder da peso y gravedad y por eso quien lo tiene forzosamente deja huella. Buena o mala, pero al fin y al cabo una huella que va a influir en quienes le sigan e incluso a determinar muchos pasos posteriores. Las huellas del predecesor en el camino son imprescindibles: para seguirlas fielmente, como hacen algunos pocos, o para evitarlas cuidadosamente como hacen casi todos. Cuanto mayor es el peso y mayor tiempo dura la pisada, mayor es la huella. Hay personajes que apenas la dejan, por su ligereza o por su paso efímero. Pero quienes han tenido tiempo a su disposición y oportunidad de tomar decisiones graves, de las que dejan marca, se convierten con frecuencia en un estorbo, determinados por el mito edípico que les condena a la ejecución simbólica por parte de quienes les siguen.

El gracejo de Felipe González materializó la incomodidad en que se encuentra esta figura del ex en el jarrón chino. Todos le aprecian, todos alaban su historia, pero nadie sabe qué hacer con él, donde meterlo. Corre grave peligro de caer hecho añicos por el codazo de un despistado o el atolondramiento de unos niños de la casa. O lo que es peor, que un ama de casa moderna y poco sentimental decida desembarazarse del cachivache, aun a riesgo de recibir recriminaciones de parientes y amigos.

El jarrón chino corresponde a una etapa inicial, propiamente edípica. Una vez cometido el asesinato simbólico, en el que se rompen los vínculos sentimentales entre predecesores y sucesores, lo propio es entrar en la objetividad de la huella. En este primer momento de apartamiento, todos los ex suelen hacerse los comprensivos, aunque dentro del estático jarrón haya un genio controlador de la herencia, que pretende condicionar al sucesor y convertirse en la efigie que responde con su impasibilidad a las preguntas del inexperto. Pero no es así como suceden las cosas: finalmente, al jarrón se le aparta o directamente se le rompe.

Una vez el ex es ya un ex jarrón chino adquiere otra libertad de movimientos. Puede de nuevo reivindicar su herencia, sus ideas o sus manías. Hay muchas clases de ex y muchos estilos. Unos regresan al meollo de sus ideales juveniles, que vuelven a defender con la pasión adolescente con que se lanzaron a la política: se produce la paradoja de que sus sucesores puedan aparecer como más maduros y moderados. Otros atienden a los reflejos largamente trabajados de los poderosos que un día fueron y no pueden reprimirse a la hora de airear con aparente desgana el maquiavelismo elaborado y artístico de sus consejos. Unos más, finalmente, siguen royendo por las esquinas el hueso de un rencor infinito por el poder perdido, hasta escupir hacia el cielo y morder a los suyos y a su país.

Todos marcan territorio, ponen a prueba su capacidad de influencia, ven cómo y por dónde condicionan a la historia que ya fluye sin ellos y responden con su mirada al espejo de la posteridad que les reclama la actualización de su imagen. No es muy convincente un Pujol independentista, pero se entiende: sin su declaración y su voto exhibido en las consultas sobre la independencia, Artur Mas no se hubiera visto en la tesitura de votar con nocturnidad y de contradecirse luego en el Parlamento catalán ausentándose cuando se voto una moción en el mismo sentido. No hay ideologías ni utopías en Felipe González cuando reclama abrir y cerrar el melón de la nueva sucesión en vez de lanzarse a la piscina de las primarias: nos habla de su PSOE, que no es ya el de Zapatero. El más extravagante es Aznar, con esa reivindicación de Gadafi y esa saña antipatriótica, que prefiere una España quebrada antes que la España enrojecida por sus obsesiones.

No mandan, pero influyen, y sus palabras cuentan más de lo que corresponde. También sus huellas. Se han ido, hace ya tiempo, pero son personajes amplificados en el teatro de sombras de la política por la delgada luz del presente y la ligereza de los sucesores.

Hay 7 Comentarios

¡Hala, ya tenemos deberes para la Semana Santa! Aznar atacó a su país al dudar de su crédito, no a la administración del país. Suelen confundirse Estado y administración. Aznar confundió nación y gobierno. Atacó a toda la población, no a la formación política que la dirige. Quiso hacer lo segundo y le salió lo primero. Le falló la munición y la vista. Vamos, lo que se dice un perfecto cazador.

"Cómo llamarían los compatriotas de Bush a uno de sus ex mandatarios si este se dedicara a lanzar pullas contra la credibilidad del país"

Los llamamos Billy Carter, Bill Clinton, Barack HUSSEIN Obama, Ted Kennedy (el traidor que mandó una carta al Kremlin ofreciéndose de espía en protesta contra Reagan) y en general, los llamamos Demócratas. Los comunistas son siempre traidores.

Por si los lectores no lo entienden, Aznar está en proceso de abandonar su nacionalidad española y solicitar nacionalidad Americana (y probablemente será más feliz en América que en España: No tendrá que sufrir insultos de los progretas trasnochados vendepatrias.)

¿Qué opinarán de Aznar en la universidad estadounidense en la que virtió sus soflamas a favor del dictador sanguinario que hoy combaten, entre otros, su país? ¿Perderá el curso? En realidad, cuando alabó a Gadafi y le declaró su amigo alababa a uno de los enemigos que hoy tiene EE UU. No sé qué le preocupa más o qué debería preocuparle más, si ser acusado de traición en su país de origen o en su país de acogida universitaria.

Y por acabar. Más que extravagancias de un ex, nos hallamos ante auténticas traiciones de este ex. Cómo llamarían los compatriotas de Bush a uno de sus ex mandatarios si este se dedicara a lanzar pullas contra la credibilidad del país. Pues eso. Quien tanto predica por aquellas tierras, que siembre por estas lo que por aquellas recoge, si es que recoge algo, que esa es otra.

La censura a Aznar por su relincho extemporáneo no ha sido partidaria sino nacional. No hace falta militar en tal o cual partido para sentirse molesto y ofendido por sus nocivas palabras. Es la nación entera, no un partido, la que ha sido herida por su estocada injusta e inoportuna. Su brutal crítica ha sido partidaria, no así la defensa que ante ella se ha desplegado. La defensa ha sido nacional.

ES VERDAD, a Felipe González todos le aprecian, y en el clero chiita de Irán hasta lo adoran, sobre todo desde hace 5 años, cuando declaró a los 4 vientos desde Teherán que los ayatolas son poco menos que unos angelitos, y que su Plan Nuclear es muy pacífico. No le creyó ni el egipcio Al Baradei, Jefe entonces de la OIEA, que es quien supervisa ese Plan Nuclear cuando los ayatolas se lo permiten. No conforme con defender publicamente a los ayatolas, Felipe pide, también publicamente, sanciones europeas a Israel, esa Democracia que sus amigos ayatolas quieren 'Borrar del mapa'. Pero son tan demócratas ésos israelíes, que algunos hasta lo quieren igual a Felipe. No se como se lo monta, pero no hay duda que el sevillano sabe hacerse querer!!

Porque yo soy del tamaño de lo que veo, y no del tamaño de mi estatura, dijo alguien. El problema es cuando alguien es, en realidad, del tamaño de su estatura, pero lo que dice es del tamaño de lo que debería ver.

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es periodista. Director adjunto y columnista de EL PAÍS. Tiene a su cargo la edición de Cataluña.

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