Lluis Bassets

La búsqueda del vacío

Por: | 28 de noviembre de 2011

La crisis ha pasado factura. Pero no toda la factura electoral se debe a la crisis. La paga quien tiene ahora el poder y, si dura, los siguientes también sufrirán sus efectos devastadores. Esta es una primera y buena explicación de la derrota socialista del 20-N. Está empíricamente demostrado que todos los Gobiernos europeos han ido cayendo desde que empezó el vendaval. De lo que se deduciría que si la gran recesión persiste, los vencedores de hoy pueden ser los derrotados de mañana y viceversa. Esta es una tesis débil, en todo caso insuficientemente fundamentada, porque falta terminar el experimento: para verificarla deberán perder el gobierno partidos que lo alcanzaron por la crisis, y además deberán ser formaciones conservadoras, porque la realidad es que han sido mayormente las socialdemócratas las que se han pegado el batacazo.

Que sea la crisis la responsable, la única que no puede presentar la dimisión en tal caso, según malintencionada chanza de Rodríguez Ibarra, no quiere decir que baste la crisis para explicar la derrota. Ahí está esa nueva responsable llamada “la gestión de la crisis”. A ella pertenece un capítulo menor como es el de la comunicación: a pesar de la importancia que le dan quienes se ocupan profesionalmente de ella, roza el ridículo la justificación de los fracasos por los fallos en la transmisión de los argumentos al público. Quien no sabe explicar sus ideas debe revisar urgentemente tanto sus ideas como su capacidad para generar ideas nuevas.

La gestión de la crisis va más allá de la comunicación y empieza a rozar el hueso de esta amarga aceituna. Quizás la crisis es ingestionable y está destinada a estallar en las manos que la conduzcan. Quizás es ingestionable desde la izquierda. Recordemos el mantra inicial, cuando esa Gran Recesión solo empezaba a asomar el morro. Había que gestionarla de forma que no fueran los más desfavorecidos quienes la pagaran, evitar que fuera aprovechada por los pocos de siempre para obtener sus pingües beneficios, garantizar la equidad y el Estado de bienestar. Los resultados hablan por sí solos y no admiten ni mejora de comunicación ni matices en la gestión: nadie es capaz de encontrar explicación al contraste entre las ayudas a los bancos y cajas, con sus directivos ricamente indemnizados, y la pérdida de derechos de los trabajadores, o al de las rebajas de impuestos y el recorte de prestaciones.

La gestión de la crisis desgasta en todo caso a los partidos cuyo programa e ideología están en contradicción con los remedios que la crisis exige. Los partidos de programa más impreciso y descomprometido, acogidos a una nebulosa gestión pragmática y conservadora de las cosas, tienen mucho ganado, porque sus márgenes de acción son inmensos. Los socialdemócratas lo tienen muy difícil, porque son formaciones de mayor definición y se han visto obligadas a realizar una cosa y la contraria; en definitiva, a desmentirse y descalificarse a ellos mismos. Este oxímoron político, que impide hacer campaña defendiendo el balance del Gobierno, tiene un nombre: Rubalcaba.

Si no es la crisis, si no es su gestión, no bastará entonces con salir del atolladero, sino que se exigirá una revisión a fondo de las responsabilidades y un análisis sin piedad de las causas de la derrota. No bastará con criticar la campaña. Habrá que remontarse más atrás, a cómo se han hecho las cosas, los relevos por ejemplo; pero también dar vueltas a las ideas más elementales, ver qué queda del proyecto y de las ideas socialdemócratas, cuáles tienen vigencia y utilidad, y cuáles merecen pasar a mejor vida.

Los partidos, como la naturaleza, tienen horror al vacío. Nadie puede esperar razonablemente que se hurgue hasta las últimas consecuencias en las causas de la derrota. Para evitarlo, ahí está la esperanza probablemente engañosa de las elecciones andaluzas. Esta derrota de ahora la gestionarán los mismos o parecidos equipos con idénticas o similares ideas. Después de perder Cataluña, Barcelona y España, es muy posible que haya que esperar al cuarto peldaño andaluz, que toca al corazón del corazón del socialismo, para que llegue al fin el momento de la verdad. A veces es preciso alcanzar el vacío para abrirse a un nuevo comienzo.

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Apunta Tom Wolfe en La palabra pintada que al público nunca se le ha invitado en cuestiones de arte moderno. Viene a decir que lo que se le presenta no es para su juicio ni, por tanto, de su juicio depende la calificación o descalificación de lo que se le muestra. La partida ya está jugada, vamos, por no decir amañada. ¿No pasará algo parecido con la democracia actual? Da la sensación de que somos invitados a participar en una fiesta de selección, de selección de personas, que no de políticas. Las políticas ya se dan por consumadas en cuanto a que ya han sido decididas antes por grupos de expertos que, como en el arte, ya han fijado cuáles son los resultados y cuáles, llegado el caso, los trofeos. Convidados de piedra, convidados de urna. Unos entran, otros salen, éstos salen, aquellos entran. Y nosotros siempre fuera, nunca dentro. No nos enteramos de nada y lo peor es que nos ponen un cicerone que todavía sabe menos que nosotros, por más que se empeña en explicarnos lo que no entendemos. Un poco lo que nos ocurre en cualquier museo cuando el guía nos intenta explicar el concepto sincrético de una escombrera por los suelos.

El PSOE cayó en el hoyo que él mismo se cavó. Si de verdad hubiese sido coherente con sus siglas, aún estaría en el poder. Al convertirse en una especie de plutocracia, ajeno a lo socialista y a lo obrero, se desprendió de sus verdaderas raíces políticas echando al basurero sus valores históricos. Y para mas INRI algunos de sus políticos cayeron en la corrupción, guardando, al igual que el PP, un bochornoso silencio.

Great work! Thanks a lot.

Y tras pisar fondo, golpe fuerte con el pie en el suelo para subir con fuerza a la superficie... esperando que no se haya helado, en cuyo caso la cabeza se resentirá de manera directamente proporcional a la energía que se imprimió, y vuelta para abajo, cada vez en peores condiciones. Tranquilos, no parece que se vaya a congelar el techo de quienes andan por arriba trajinando. Su silencio delata su pasividad. O su miedo a romper la tremenda confianza con que han sido premiados.

Así es, quien vota socialdemocracia puede llevarse a engaño, pero quien vota a la derecha neoliberal no puede llevarse chasco alguno, no en esta coyuntura de recortes y repagos. Salvando lo que haya que salvar, uno puede sorprenderse de que un santo se caiga de su pedestal, pero es dudoso que le ocurra lo mismo con el psicópata insensible al cariño al prójimo.

Con las ideas científicas de K. Marx pasó lo mismo que con las ideas metafísicas de Jesús. Ambos maestros plantearon bien sus tesis, solo que no tuvieron en cuenta la condición animal del ser humano, que en muchos casos supera a las hienas en busca de carroñas. La actual crisis no es nada nuevo. Mientras persista la ausencia de solidaridad y la sed insaciable de riqueza y
de poder rija la conducta no hay nada que hacer, salvo la violencia social que vuelve a poner orden a las cosas.

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es periodista. Director adjunto y columnista de EL PAÍS. Tiene a su cargo la edición de Cataluña.

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