En Libia, no en Irak. Ocho años más tarde. Sin invasión americana y sin inspectores de Naciones Unidas. Era el detalle que faltaba para redondear la comparación entre el disparate de Irak y el éxito de Libia. Disparate desde el principio: el de la demonización de Sadam Hussein sin que existieran evidencias de la existencia de arsenales, como la aceptación de Gadafi en el club de los personajes honorables sin suficientes garantías ni inspecciones; el primero con los inspectores de la OIEA metidos hasta la cocina pero sin resultado satisfactorio y el segundo realizando negocios con todo lo más granado del capitalismo occidental sin apenas control de nadie.