El euro ha aguantado. La prolongada crisis de las deudas soberanas no ha conseguido terminar con la moneda única, a pesar de los presagios y temores de políticos y economistas de ambas orillas del Atlántico. En varias ocasiones durante 2011 hemos estado “al borde del abismo”, en agosto por ejemplo, cuando así lo advirtió Jacques Delors, el presidente de la Comisión Europea que trazó la hoja de ruta para la moneda única europea. También han sido varias las ocasiones en que se ha convocado de urgencia al Consejo Europeo para alcanzar la solución definitiva a esta agonía que nunca termina. Y cada vez ha sucedido lo mismo: las respuestas han quedado cortas, todo se ha hecho tarde y mal. Grandes alarmas, grandes expectativas y al final grandes decepciones. Pero el euro ha seguido aguantando.
Lo que no ha aguantado ha sido la Unión Europea, que ha saltado a trozos en la última cumbre, cuando el primer ministro británico, David Cameron, ha dado el portazo a 38 años de participación del Reino Unido en la construcción europea. En muchas ocasiones en estas cuatro décadas se había resuelto con ingeniosas y a veces complicadas fórmulas de compromiso la tensión entre quienes querían una unión más estrecha de las naciones europeas y quienes preferían limitarla a un espacio comercial común. Los británicos habían conseguido avanzar junto al resto de países europeos gracias sobre todo a las derogaciones en los tratados, que les permitían prescindir de la política social o de la marcha hacia el euro.