Lluis Bassets

¿Ingresaría la UE en la UE?

Por: | 19 de enero de 2012

Ya no hay lecheros en la Europa de hoy que alguien pueda confundir con la policía cuando alguien llama a la puerta de madrugada. Sigue cumpliéndose todavía una de las más bellas definiciones políticas de Europa: el territorio donde no hay pena de muerte. Y sin embargo, no son estas las mejores horas para la democracia europea.

Nunca lo son los tiempos de crisis económica, cuando se encogen los salarios, familias enteras se quedan sin ingresos por trabajo, se pierden o limitan derechos sociales, la pobreza y la incertidumbre se cierne sobre una fracción creciente de la población y para postre, resurgen viejas rivalidades y pruritos nacionalistas a cuenta de quien asume las facturas para enjugar los déficits públicos y los efectos de la burbujas inmobiliarias o financieras.

Las consecuencias políticas e ideológicas de la crisis se notan con distinta intensidad en todos los países y desde hace ya bastantes meses. Tiempos como estos son propicios para que se apoderen de las agendas parlamentarias las fuerzas más extremistas y derechistas. Los más menesterosos son los primeros en sufrir y caer en las celadas que les tiende el populismo. Es muy fácil la denuncia de la xenofobia y el racismo con un puesto de trabajo y pensión asegurados, vivienda sin hipoteca en unos barrios altos bien equipados y vigilados y una conciencia óptima, más que buena, instalada en una ideología respetable, convencional y conveniente. Este no es el mundo real cuando uno de cada cuatro demandantes de trabajo no lo tiene, dos de cada cinco jóvenes se halla en el paro, y centenares de miles de pensionistas y personas asistidas ven disminuir sus ingresos a la porción congrua.

De ahí el naufragio socialdemócrata, la marea conservadora que inunda Europa y la pegada que tiene el populismo derechista, incorporado incluso a distintos gobiernos o mayorías parlamentarias, a cambio de concesiones a sus idearios chauvinistas y de exclusión. La libertad de circulación de personas ha recibido varios reveses durante el pasado año a cuenta de las migraciones incontroladas desde el norte de Africa. Dinamarca recuperó durante unos meses las viejas restricciones a la libre circulación de personas dentro de la UE. Una norma comunitaria, la llamada directiva de la vergüenza, de 2008, sintetiza esta deriva peligrosa en la que estamos metidos todos los europeos, puesto que autoriza el internamiento sin juicio hasta 18 meses de los inmigrantes sin papeles y la expulsión de menores a terceros países. Basta con recordar como consecuencia, el lamentable estado en que se encuentran los centros de internamiento de extranjeros en distintos países, España entre otros, cuya clausura han pedido decenas de asociaciones de derechos humanos.

Una parte de estos desastres se los procuró la propia UE mucho antes de esta crisis con el método elegido para ampliar el club europeo, que pasó de 15 a 25 miembros en 2004, a 27 en 2007 y será ya de 28 este 2012, cuando entre Croacia, uno de los países que ahora hace veinte años se hallaba en guerra en los Balcanes. Tienen razón quienes persisten en valorar aquella ampliación como una de las mejores proezas de la UE, convertida en fábrica de estabilidad, prosperidad y democracia. Pero a ocho años de la macro ampliación, cuando empieza a fallar la prosperidad, está sobradamente comprobado que la UE no siempre ha sabido ni podido absorber la incorporación de cada uno de estos países, algunos con escasa vocación europea y otros con problemas de minorías irresueltos, por no hablar de los nacionalismos étnicos, que en algunos de ellos campan todavía a sus anchas. Los efectos de una ampliación defectuosa confluyen ahora con la aparición de averías democráticas entre los socios más veteranos, de forma que el conjunto de la UE se aleja de la idea misma de Europa, moldeada en sus 50 años de historia.

Hungría concentra todos estos males, ahora compartidos en grado menor por casi todos los otros socios, gracias a la mayoría absoluta con la que ha reformado la constitución y al peso de una extrema derecha antisemita y antieuropea propia de los años 30. A menos que lo impida la Comisión Europea, Viktor Orbán consolidará un régimen de casi dictadura parlamentaria, que expande los poderes del ejecutivo, erosiona la división de poderes, limita la independencia judicial, reduce el pluralismo, amordaza a los disidentes, margina a las minorías, reduce la libertad religiosa e impone una visión uniforme, nacionalista y excluyente.

Pero se quedarán cortas las instituciones europeas si limitan su castigo a Hungría por atentar a la independencia del poder judicial y del banco central y por politizar la agencia nacional de datos, sin abordar el problema paneuropeo de una democracia con flojera, que pierde calidad por todas partes. Y es verdad, nadie puede confundir al lechero con la policía de madrugada. Por el momento.

Hay 3 Comentarios

Es simple matemática. Tanto a nivel europeo, como a nivel país o autonómico, la cantidad de burócratas viviendo del Estado es monstruosa. Son cada vez menos los que producen y cada vez mas quienes maman de la teta. Sencillamente no se puede mantener un estado de bienestar, con pensiones y subsidios de toda indole y una clase burócrata cada vez mas grande y enmarañada.

Y por ultimo, la economía debe volver a ser real y no virtual. Hemos creado un gigantesco esquema de Ponzi, donde todos vivían de fiesta sin saber muy bien de donde salía el dinero, y quienes sospechaban algo temían decir en voz alta que el rey estaba desnudo.

Desde Europa insisten en la necesidad de recortar para hacer frente al sacrosanto déficit. Recortar salarios, recortar personal, recortar administración, recortar lo innecesario. Fabuloso, pero suena a chacota que quien vive en la opulencia burocrática predique lo contrario. Suena a broma que este indomable leviatán funcionarial se erija en guía de las burocracias ajenas cuando la suya no es capaz de racionalizar. A sus cifras y letras me remito.Y me pregunto si, antes de recomendar a sus miembros, no debería la UE empezar la casa común por su tejado, si no debería adelgazar un poquito sus nada mermadas carnes. Porque vamos, es introducirse en sus vericuetos y topar con una jungla de siglas incomprensibles. Siglas que esconden otras tantas agencias y organismos comunitarios con cientos de altos cargos al frente, entre presidentes, vicepresidentes, secretarios, comisarios, directores generales, además de un abultado número de funcionarios de alto copete, con un salario en alta consonancia. Un inanimado bosque de letras que, sinceramente, lejos de inspirar confianza, tan solo anima a gritar, como decía Pío Baroja, "vivan todas las letras mayúsculas del alfabeto". Y es que no pueden ser tan importantes cuando tantas son, como resultan exageradas tantísimas normas, que hasta la curvatura del pepino merece la atención (Reglamento 1677/88), por no hablar de los puerros (Reglamento 2396/2001). El gentil monstruo de Bruselas, como lo llama en su libro de igual nombre Hans Magnus Enzensberger, y del que he tomado prestadas las hortalizas, debería ponerse a dieta. Una dieta que aligerara, no solo lo estrictamente organizativo, sino también su pantagruélica normativa. Quizás tanta complejidad artificiosa justifique el tan nombrado alejamiento de la ciudadanía europea de las instituciones comunitarias. Quizás, parafraseando de nuevo a Baroja, necesitamos más instituciones de patas que instituciones de mesa, más organizadores a pie de calle que repantigados en la irrealidad de sus mullidos sillones. Que digo yo.

Precisamente parte de los que más critican a la Unión Europea por su "defecto democrático" son los eurófobos que más se oponen a su democratización....Si se plantea una reforma democrática, como la Carta Europea de Derechos Fundamentales, se niegan a que sea incluida entre las nomas fundacionales de la Unión. Si se plantea un Presidente elegido de forma directa por todos los europeos se niegan. Si se plantea un Parlamento representativo y proporcional a la población, se niegan....Se niegan y luego utilizan los obstáculos que ellos mismos han provocado a la democratización de la Unión para alegar que ésta no es democrática.

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es periodista. Director adjunto y columnista de EL PAÍS. Tiene a su cargo la edición de Cataluña.

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