Lluis Bassets

El pastel que Rajoy nos ha servido

Por: | 08 de febrero de 2012

La base del pastel es que no hay oposición. O que no la hay todavía y que costará que la haya. Esa es muy buena base, porque lo permite todo. Nadie va rechistar por las incongruencias, impericias e incumplimientos del programa y de las promesas: ya se sabe que las promesas solo comprometen a quien se las cree. El mérito es ajeno, pero hay que reconocer que luego las sucesivas capas se hallan astutamente dispuestas, en el mejor y más pastelero estilo tacticista. Hay una capa bien visible y cremosa de demagogia derechista y reaccionaria, extendida a modo de contentar a la clientela más molesta y ruidosa. Hay otra capa de terso y obligado mazacote europeísta, impuesto ya por Merkozy a Zapatero y aceptado con alegría impostada por Rajoy: en cuanto pueda buscará cómo hacerla más dúctil y flexible. Y hay finalmente otra capa, ligera y fácil de consumir, de nata y merengue socialdemócratas, dispuestos para satisfacer al electorado andaluz, al que hay que hacérselo fácil: no se cambia de mayoría sociológica en un plisplas.

Esta última capa del pastel, la que cubre la superficie, es la que más desconcierta a los votantes socialistas. Puede que haya subida de impuestos indirectos más adelante, sobre todo si las cosas siguen empeorando, pero de momento quien ha subido los impuestos directos a las rentas de las clases medias habiendo prometido exactamente lo contrario han sido los populares, que se han comportado solo llegar al gobierno como si pertenecieran a un típico partido izquierdista. Cabe también que se haya producido una exacta inversión ideológica: si bajar los impuestos era de izquierdas, tal como se atrevió a formular un inicial Zapatero aupado entonces por la burbuja, cabe deducir que subirlos será de derechas sobre todo cuando la burbuja está ya más que pinchada.

No basta con más impuestos, hay que recortar los sueldos de los banqueros y apelar a la solidaridad. Lo que no se atrevieron a hacer los socialistas lo ha hecho también este gobierno sin pestañear. Solo falta ahora que la reforma laboral atienda antes a los intereses electorales de los populares andaluces que a las exigencias de Merkel. ¿Serán también las elecciones andaluzas parte de la política interior alemana?

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Y de todos modos, lo que atrae el poder. Con la que está cayendo y que haya alguien con ganas de meterse en el lío para salir escaldado más que por la puerta grande. La erótica del poder, que imanta a todo el que toca. Y es normal: coche oficial, escolta, rotativos, la preferencia en el más amplio sentido de la palabra, el dominio puro, con o sin auctoritas, qué más dará cuando se manda si a lo mejor ni te enteras. Cómo no les va a gustar. Pero si me pasa a mí con el peaje de la autopista, que cada vez que se me abre la barrera sin parar, por obra y gracia de la vía T, me parece que soy alguien importante.

Cada vez es más difícil encontrar pueblos de verdad. Los pueblos de hoy, quitando cuatro auténticos, han perdido lo mejor de los pueblos, al tiempo que han copiado lo peor de las ciudades. Algo parecido le pasa a la socialdemocracia, que perdió sus señas de identidad pero no dudo en travestirse con lo peor de la otra acera. Los pueblos ya no son silenciosos, sino paraísos de estruendos. No son oasis de aire puro sino chimeneas de humo. El progreso mató su mito. El retroceso liquidó el crédito socialdemócrata. Y siendo malo, no es lo peor. Lo peor es la sensación, la impresión general, la tendencia, como dice en el mundo de la moda y que es casi tan importante o más que la propia moda. La tendencia actual, me parece, es la de que la socialdemocracia no es de fiar, no por lo que hace sino por lo que deja de hacer. Es verdad que la derecha tampoco cumple con lo que se espera, pero no es menos cierto que su parroquia permanece fiel contra viento y marea, aunque podría ser otro mito, no lo sé. Pero en el caso de la socialdemocracia es tanto su descrédito por la gestión pasada que por mal que lo hagan los de ahora, se ha quedado en la retina de mucha gente que de nada sirve confiar en quien promete soluciones desde la izquierda cuando al final acaba circulando por la derecha. Ha quedado en la retina, pienso, que aunque esta derecha desbarre siempre la alternativa lo haría peor. Y tardará en cambiar esta percepción.

El pastel de Rajoy es lo que toca, dada la situación en que nos dejó ZP, el peor gobierno de la democracia, el mas obtuso y demagogo de todos!

Este Gobierno no lo entiendo. Me desorientan sus medidas, que casi parecen cogidas al vuelo. No se entiende.

¿Qué plan ofrece? ¿Reactivar el ladrillo? ¿Poner parches nimios en educación básica? ¿Qué pasará con la ciencia y la educación superior? ¿Qué pasará con la sanidad pública, cuya cobertura sigue siendo esencial? No lo sé, pero parece que para ellos, el pago de la deuda es más prioritario que cualquier necesidad ciudadana. La gente les votó para que hicieran algo diferente, impulsar el mercado de trabajo, las pequeñas empresas, restaurar el tejido industrial, y abrir las compuertas del crédito, no continuar el mismo servilismo económico del postrer Zapatero. Vamos a ver si dentro de tres años la situación seguirá siendo sostenible. Porque el drama, el verdadero drama, será cuando el apoyo familiar, que es la base de este país, no dé para más. Entonces es probable que la gente piense que la protesta pacífica sea insuficiente...y empiecen los disturbios. Dato indicativo de esto es que las oposiciones de policía y Guardia Civil no han disminuido en número. Incluso en algunas Comunidades, surgen nuevas Policías Locales.

Si al final, más que de políticas derechas o de izquierdas, hay que hablar de políticas en la escasez o en la abundancia. En la abundancia, todos son de derechas y en la escasez todos son de izquierdas. O eso parece. Cuando hay escasez, ni el más derechista se atrevería a reducir los impuestos y en los tiempos de abundancia ni el más izquierdista se atrevería a subirlos. Lo primero lo puedo entender pero no lo segundo, gobierne quien gobierne. Cuando ganábamos bien habría sido el momento de copagar, no ahora cuando escasean los ingresos. Faltó previsión, quizá. Cuando había de todo, todo era gratis. Cuando no hay de nada, nada se libra de repagar. Así las cuentas, qué remedio le queda al que gobierne en una depresión como un castillo, que parece es lo que se avecina, que actuar como el más izquierdista, salvo que quiera que le saquen en angarillas, más que en volandas, de La Moncloa. Izquierdistas, a su pesar, podría resumirse.

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es periodista. Director adjunto y columnista de EL PAÍS. Tiene a su cargo la edición de Cataluña.

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