Lluis Bassets

Merkozy ante las urnas

Por: | 04 de abril de 2012

La novedad no es Sarkozy. Es Merkel. Y ni siquiera es Merkel ella sola, como canciller alemana que apoya a Sarkozy en su relección como presidente, sino su estrecha simbiosis en forma de ese centauro político llamado Merkozy, que decide sobre el destino de Europa e impone la política del rigor sobre todos los países del euro.

El presidente de la República quisiera encarar la campaña electoral como si fuera la repetición de 2007. Entonces fue el candidato de la continuidad de la derecha en el poder, pero se presentó como un outsider, rupturista e innovador, que llegaba con un programa drástico de cambio para una Francia anquilosada.

Ahora, con el balance agitado de sus cinco años como presidente, pretende utilizar de nuevo el truco de la ruptura y del cambio para endosar el inmovilismo y la defensa del sistema al candidato socialista, François Hollande. Cuenta con la fuerza del antecedente: si un político tan implicado en la marcha de Francia pudo encarnar una vez el cambio, nada debe impedir que sea de nuevo el máximo responsable del país el que enarbole la bandera de una súbita y milagrosa transformación inducida por su mera relección.

Hay un argumento que tiene especial fuerza, y es precisamente la relación que ha establecido con Merkel, que le permite mantener a Francia en la cabina de mando de la UE y concretar su programa de cambio en un modelo económico de éxito, avalado por derecha e izquierda: el de Alemania. Las exigencias europeas de Merkel no serían posibles sin los recortes socialdemócratas de Schroeder, que recortó impuestos, reformó el Estado de bienestar y cambio el sistema de contratación laboral antes de que empezara la crisis, con los resultados que se ha visto.

Sarkozy
(El artículo que aquí se reproduce es la versión española del que aparece en una publicación especial -hors-série- de Le Monde de balance de la presidencia de Nicolas Sarkozy con motivo de la próxima elección presidencial francesa: Una presidencia bajo tensión. 2007-2012. Los años Sarkozy).

Hasta el descubrimiento de Merkozy, la cooperación bilateral entre franceses y alemanes e incluso su protagonismo en el ámbito europeo se fundamentaba en la reconciliación entre ambos países tras casi un siglo de enemistad y guerras. Desde la fusión ejecutiva entre el Eliseo y la Cancillería Federal, sucedida en 2011, no es el miedo a la guerra sino a la desaparición del euro y a la insignificancia global lo que mantiene unidos a los dos gobiernos y a dos políticos tan dispares e incluso de difícil compatibilidad como Sarkozy y Merkel; un miedo que se extiende a sus respectivos futuros políticos, estrechamente vinculados a la aventura emprendida conjuntamente de salvar el euro desde dos posiciones polarizadas.

Merkozy es el nombre de la disputa sobre el papel del Banco Central Europeo, la emisión de eurobonos o la función de las instituciones de la UE en el control de los presupuestos y déficits. Cada una de sus dos componentes debe capitalizar ante los suyos su capacidad de domar a la otra: Merkel, los instintos malgastadores de un Estado intervencionista y sin equilibrio presupuestario desde 1975 como es Francia; Sarkozy, los terrores anti inflacionistas alemanes que terminan dotando al Banco Central con los máximos y únicos poderes sobre el euro.

Ambos se necesitan pero por razones distintas y asimétricas. La voluntad de Merkel no podría imponerse sin Sarkozy a su lado. Este recibe a cambio abundantes réditos de imagen y salva la cara de Francia en un difícil envite en el que todos, menos los alemanes, pierden soberanía. Con el presidente que reivindica la Francia fuerte culmina así el regreso de Alemania a la realidad de su peso efectivo en Europa, traducido no tan solo en los votos en las instituciones sino, sobre todo, en su capacidad de tomar decisiones que afectan a todos los países europeos. Y sucede gracias a la asimetría entre un poder dividido y difuso como es el de una república federal y otro concentrado y personalizado como el de la república presidencialista francesa.

Los alemanes cuentan con un gabinete de coalición, sometido a un riguroso control del parlamento federal, condicionado a través del Bundesrat por unos poderosos länder, y controlado por un tribunal constitucional que vigila cualquier entrega de soberanía. Los franceses, en cambio, tienen un presidente con amplios poderes ejecutivos y escasos contrapoderes, de perfil diseñado por el general De Gaulle para sobrevivir en el mundo bipolar de la guerra fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos, ahora al servicio de la globalización multipolar post occidental.

Merkel no podría llegar tan lejos en sus decisiones sin la fuerza institucional que tiene detrás ni Sarkozy entregar tanto poder sin sus enormes márgenes ejecutivos. Cada uno es muy bueno en lo suyo: una en el arte del camuflaje con el que ha ido tomando decisiones; el otro en la exhibición de su capacidad de acción, en la que brilla precisamente porque lo suyo es hacer discursos sobre sí mismo. La primera juega con el peso abrumador de Alemania dentro de la UE. El segundo con el peso que tiene la Presidencia de la República dentro de la pareja franco-alemana. La débil es fuerte y el fuerte débil.

Para los españoles, con Zapatero antes o con Rajoy ahora, Sarkozy es la mejor parte de Merkozy. No tan solo por su sintonía en la lucha contra ETA, ya como ministro del Interior, sino por el asiento español en el G20 asegurado por el presidente francés y su defensa de los intereses periféricos en la pugna con Merkel durante la crisis de las deudas soberanas. Sus defectos y sus personalismos, tan ibéricos en el fondo, suscitan comprensión y regocijo, porque raramente es España quien los sufre. E incluso puede darse el caso de que produzcan algún beneficio a los españoles.

El proyecto Merkozy tiene su primera cita con las urnas francesas esta primavera, a través de Sarkozy II, dispuesto a entregar algo de soberanía a Alemania con tal de seguir manteniendo la posición preminente y soberana de Francia. Y la siguiente en 2013, con Merkel III --después de la primera que gobernó con los socialdemócratas y la segunda con los liberales--, que asegurará su éxito si Sarkozy está todavía en el Elíseo y entonces, como ahora, puede seguir gobernando en coalición con los franceses.

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Y qué manía con la herencia tienen en el gobierno nuestro de cada día. Están tan acostumbrados a heredar de siempre que a la confianza otorgada por los españoles para sacarles del atolladero la consideran herencia. Pero los españoles no les han legado nada, ni siquiera el partido en el gobierno les ha legado nada por la sencilla razón de que nada de lo recibido era suyo, y como tampoco lo será nunca del que llega. Me recuerdan a Sarkozy, que a sabiendas de que puede salir despedido, ya empieza a culpar al que va a entrar de la gestión propia, lo que no deja de ser sorprendente. Y es que la herencia española, la falsa herencia, da mucho de sí, da para justificar la ausencia de resultados al que gobierna en España, y da para que el que puede perder su silla en Francia se quede en ella. Se culpa al gobierno de Zapatero de lo ocurrido en este país, y se le culpa de lo que puede ocurrir en Francia. En un caso miran al pasado y en el otro al futuro. El presente que es el que importa, les da igual por la sencilla razón de que es el que les toca lidiar. Y la realidad es que no saben cómo salir del agujero sin culpar a otro de su pésima situación. En el caso del francés todavía es peor, pues se prepara el terreno para culpar al ajeno de otro país de la mala gestión propia, una decisión que en todo caso será del pueblo francés sobre la realidad francesa y no sobre traslaciones interesadas que buscan descargar la propia responsabilidad y eludir el debate nacional. Sarkozy es un pequeño gran políticko que está cayendo en el error de hacer una gran pequeña política.

Porque claro, Rajoy no hace lo que siente (si atendemos a sus últimas declaraciones) sino lo que sienten otros, y luego, claro, las culpas se confunden. El que hace se queja al que le hace hacer y el que hace hacer no tardará en olvidar que mandó hacer al que no hace sino lo que le mandan. Conclusión: Rajoy carece de imaginación y por eso se deja hacer, y con él, deja hacer a España 'manque pierda'. No tuvo lo que hay que tener, ni imaginación ni valentía. Pero, qué vas a hacer valer cuando no tienes imaginación que hacer valer: cuando se presentó por primera vez para decidir nuestro futuro, todo dependía de quien le nombró , y doce años más tarde no ha avanzado gran cosa, pues ahora depende de quien no le nombró. Habiendo sido elegido por los españoles, hace lo que le mandan los que fueron elegidos por alemanes y franceses. ¿Será nuestro sino, no pintar nada en nuestros lienzos? ¡Vaya cuadro!

Con una mano exigen y con la otra machacan. Dos manos para no equivocarse. ¿Qué le dirán a Rajoy los mismos que le han prescrito las recetas de hoy cuando no consigan atajar el mal contra el que se indicaron? Más indicativo será escuchar lo que les dirá Rajoy cuando aquellos se lo echen en cara. ¿Qué les dirá? Pues será algo parecido a lo que Rajoy le dijo a Aznar allá por 2004: 'tú y tu guerra'.

En Alemania se prevé que la Gran Coalición se repetirá en el 2013, con Angela Merkel a la cabeza. Y, por qué no? La ciudadanía alemana le dá a Merkel el 64% de apoyo. Con Francia existe un clima de gran amistad, desde que ambos países, sellaran una reconciliación. La sintonía entre conservadores alemanes y socialdemócratas franceses, también ha funcionado, por lo que no hay lugar a conjeturas. C'est la vie!

Nuestra vida europea depende de lo que esta pareja de forasteros digan. ¿Dependerá en algo la suya de la nuestra? Por las preocupaciones que se toman para que no nos salgamos de la senda marcada por ellos, parece que sí. Pero qué va, si nos descarriamos y nos precipitamos al vacío, ya encontrarán el medio de que no les arrastremos, en el supuesto de que nos encontremos atados con una cuerda compartida y no de un dogal bien apretado al cuello, que esa es otra.

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es periodista. Director adjunto y columnista de EL PAÍS. Tiene a su cargo la edición de Cataluña.

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