Lluis Bassets

Método de desunión

Por: | 05 de julio de 2012

Las cumbres europeas no son campeonatos de fútbol, por más que se empeñen algunos. Desde hace dos años, cuando empezó la crisis de la deuda griega, todas han terminado con el mismo resultado, como si fueran puro fútbol en definición de Gary Lineker: "Un deporte que inventaron los ingleses, juegan once contra once, y siempre gana Alemania". El signo cambió la pasada semana, en una cumbre distinta, de la que el primer ministro italiano Mario Monti salió vencedor futbolístico después de una noche de negociación tormentosa.

Y, sin embargo, los resultados de la cumbre no permiten una lectura futbolística. Merkel no ha fracasado. Todas sus exigencias de rigor y de estabilidad siguen en pie. Y seguirán en pie porque son razonables. Crecimiento sí, pero sin abandonar los ajustes. Solidaridad también, pero con responsabilidad: no se puede recapitalizar directamente los bancos sin una autoridad europea que ejerza de supervisor. Y así todo. No hay un solo argumento en el que no tenga razón de fondo, como no hay en las conclusiones de la cumbre una sola concesión mayor de su parte.

La novedad de la madrugada del 29 de junio es que el Consejo Europeo regresó a sus viejos métodos, de eficacia probada, en los que se combinan la bronca y la amenaza con el consenso y la solidaridad. Es lo que Jacques Delors, el mejor presidente que ha tenido la Comisión Europea, llamaba con no poca ironía "el espíritu de familia", una actitud que conduce a concluir las peleas descomunales entre hermanos con la inteligencia de unos resultados que dan satisfacción a todos.

Muchos factores han contribuido a la recuperación de este viejo espíritu familiar. La desaparición de Sarkozy de la escena es uno de ellos, aunque quizás no el decisivo. El agitado presidente francés fue la coartada para estos dos años de resultado fijo alemán en la quiniela. Su pavor a la pérdida de peso de Francia le condujo a conformarse con el protagonismo, aunque el contenido de las decisiones fuera obra entera de Merkel. Los resultados de las cumbres llegaban precocinados y servidos como órdenes por la displicencia de Merkozy con los pequeños y los malgastadores. La pasada semana los jefes de Gobierno, en cambio, recuperaron la voz y pudieron participar en la cocción del plato europeo que debe sacarnos de la crisis de deuda.

Pero lo decisivo ha sido la expulsión del electo Berlusconi y su sustitución por el tecnócrata Monti. Como buen político, Monti ha sabido jugar a la disuasoria amenaza de dimisión en dos direcciones. Hacia adentro, para imponer sus dolorosas reformas. Hacia afuera, para conseguir un paquete convincente del Consejo Europeo. La falta de mayoría puede dar más fuerza que una mayoría absoluta: ahí están Monti y Rajoy para demostrarlo. El italiano extrae fuerza de su debilidad y el español debilidad de su fuerza. El primero puede contarlo todo y lanzar órdagos, mientras que el segundo se limita a aceptar y callar.

Por eso Monti fue el protagonista de la cumbre, cuando recuperó la vieja y clásica idea del paquete de conclusiones: si no hay acuerdo en todo no hay acuerdo en nada. ¿Se le puede llamar chantaje? Se puede, pero es lo que se ha hecho siempre. Así se consiguen conjuntos compensados de medidas con las que todos regresan a casa salvando la cara, además de fabricar un efecto público de voluntad europea común, que es lo que ha faltado en los últimos años.

Merkel no ha fracasado, pero sí ha fracasado su método. Ahora es el turno del método Monti, que es el de siempre. En Brujas, en el Colegio de Europa, lugar de declaraciones célebres, como la de la señora Thatcher de 1988 cuando lanzó su contraofensiva euroescéptica contra la Europa política, Merkel presentó en noviembre de 2010 lo que llamó el método de la unión como sustituto del método comunitario. Charles Grant, excelente observador de la escena bruselense, lo describió como la derrota de la Europa de las instituciones comunitarias de Jean Monet y la victoria de la Europa de las naciones de De Gaulle. Este es el método que le ha servido a Alemania para gestionar la crisis a su manera, imponiendo su ritmo y estilo gracias a la disimetría que se desprende de su peso demográfico, económico y finalmente político, recuperados después de la unificación.

Todos han salido ganando del Consejo Europeo menos los que prefieren la derrota. Es el caso de Reino Unido, que ya no puede agarrase a su vocación de centralidad en el mercado único si el euro conduce a la unión política, al superestado europeo y al federalismo que Thatcher denunciaba en Brujas. Cameron ya se descolgó en diciembre, cuando se fraguó el Pacto Fiscal, gracias al método de la unión de Merkel, que sirvió para lo contrario que predica. Fue el último servicio de Merkozy, que consagró la división de Europa y las dos velocidades monetarias. La desunión europea es siempre un paso atrás. Lo fue la escisión británica de diciembre, pero se convertirá en un paso adelante formidable si se salva el euro aunque Londres quede fuera.

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Y mientras España se hunde en su propia salsa, Mario Monti haciendo huella, una huella que, al revés que en la montaña, no será tan cómoda de seguir para el que va detrás.

Yo creo que es difícil saber quién ha ganado en la última cumbre decisiva (¿hay alguna que no lo haya?). Siguiendo el ejemplo leído en Manuel Jabois, tan difícil como saber en una mujer cuál de sus pechos es más grande. Monti ha sacado pecho y Merkel parece haberlo metido. Fingen los dos, y puede que los dos se queden sin respiración si mantienen mucho sus posturas, uno con su chantaje, la otra con su austeridad absoluta. Rajoy vive más tranquilo, ni lo saca ni lo mete, una vez aprendido que carece de la fuerza para sostenerla. Por eso ha decidido que mejor quedarse en medio del fuego, entre su amiga de crucero en Chicago y su amigo de Eurocopa en Kiev y por eso mismo no aparece citado en ningún momento en este artículo. Y me pregunto yo qué habría pasado si en lugar de Monti hubiera sido el presidente español quien hubiera amenazado con dimitir. Pues que habría dimitido y la Canciller no cometería una segunda vez la equivocación de colocar un sustituto díscolo como el italiano.

Hacia el afán federal.

Conclusión, que todo sigue igual, cada cual en su afán pero al menos la del afán mayor debe contar, siquiera un poco, con los afanes menores. Europa, una suma de afanes pero sin afán unitario, todavía.

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es periodista. Director adjunto y columnista de EL PAÍS. Tiene a su cargo la edición de Cataluña.

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