Lluis Bassets

Un zombie en bicicleta

Por: | 13 de mayo de 2013

Hay que pedalear. Pedalear siempre. Pedalear con desespero. Pedalear más allá de las propias fuerzas. Sobre todo en la cuesta, sobre todo si todo es una buena cuesta. Pedalear alocadamente, incluso sin sentido. O con todo el sentido: el de saber que en cuanto se deje de pedalear la bicicleta se cae. Y se cae también el ciclista, se rompe el brazo o la crisma, y con él todo el equipo.

Esta ha sido una buena semana para el ciclista. Todo le ha ido de cara y ha podido mantener el equilibrio sobre la bicicleta sin poner los pies en el suelo, sin caerse en la cuneta, a pesar de la bronca que le organizan sus adversarios. O quizás gracias a la bronca que le engrandece y convoca a sus seguidores para que se arracimen y le animen desde las cunetas.

La velocidad es escasa, ciertamente, y a veces parece incomprensible que la bicicleta no vuelque, prácticamente clavada e inmóvil. No hay problema para el equilibrista, que pronto recupera el movimiento, y todo eso a pesar del vértigo intenso que llega ante las curvas, las pendientes, los baches, los pedruscos en mitad de la pista o los agujeros terribles en el asfalto, que hacen temer por codos y sus rodillas. Nada, todo superado ante el público entusiasta, con una enorme sensación de éxito y de alivio, aunque la cantimplora esté vacía, los pulmones sin aire y los resultados sean nulos. No pasa nada. Llegaremos. Sí se puede. Todo es posible. Con ilusión.

En realidad, son los obstáculos los que le despiertan y dan vida, al ciclista y todavía más a sus ruidosos seguidores. El ciclista está agotado, sin rumbo ni fuerzas. La pájara, dicen los más piadosos. O peor. Un zombie en bicicleta. Las elecciones del 25N dieron lo que dieron: por más que se disfrace, la conducción del pelotón ya no está en sus manos. Lo único que de él depende, gregario vestido de amarillo, son sus pies: a pedalear. Y el ruido inmenso de la caravana, claro, este fragor que ocupa el escenario entero y no deja oír otra música, otra conversación, gracias al entusiasmo organizativo de la multitud de familiares y amigos.

El había imaginado una pista suave y limpia en la que iba a escaparse en solitario, para entrar en la meta en una nube de gloria y heroísmo. Ahora anda en ese confuso pelotón que todavía le reconoce como líder, aunque sean otros los que le abren el paso. Su ambición se desvaneció con los resultados que arrojaron las urnas. Se ha encontrado con una pronunciada cuesta, que digo una cuesta, con el mismo Tourmalet, y no le asisten las fuerzas, ni las propias ni las ajenas. Y lo peor es el empujón que cabe esperar en cualquier momento con el propósito de lanzarlo de una vez sobre el asfalto.

De ahí su concentración en esos desesperados ejercicios de pedal, con un único objetivo de seguir en la carrera. Sabe que su esfuerzo no conduce a ninguna parte, pero mientras se aguante vivo encima del sillín seguirá vivo políticamente. Así es como el ciclista irá inventando rutas y etapas, metas e hitos, pactos y declaraciones, organismos e instituciones que den sentido a su pedalear frenético. A la espera de que le asista y le salve un cambio atmosférico, una divina sorpresa, un súbito desfallecimiento del adversario, o incluso las elecciones generales de 2015 sin ningún partido con mayoría de gobierno, de manera que su equipo regrese finalmente a donde solía, y de donde nunca debió partir.

En el equilibrismo del zombie es fundamental la fecha de 2014, exhibición de poderío nacionalista y de hegemonía cultural, momento simbólico de la ruptura imaginada con España, e incluso ensueño de secesión que celebra la malhadada sucesión y el final de la guerra entre potencias europeas de hace nada menos que tres siglos.

¡Santa memoria! Mientras los niños se entretengan en festejos no hará falta que los adultos lleguen a mayores. La independencia también es un estado de la mente, y un estado bien propio aunque no alcance la categoría de lo real. Un año más ganado. La solución en 2015, con las elecciones generales. Y la consulta, en 2016, perfectamente legal, solo si el apoyo nacionalista tiene valor de cambio para la nueva investidura. Pedaleando hasta entonces. ¡Cuidado! Y sin caerse.

Hay 8 Comentarios

Creo que lo que buscaba el Sr. Mas, mantener el control de las cuentas de la Generalitat que hace dos años estaba a punto de ser intervenida por el Estado , no recortar la parte fundamental del complejo nacional-industrial de Cataluña, echar la culpa a España de los recortes, y sentar las bases de un nuevo régimen fiscal catalán, lo ha conseguido. No creo que haya pedaleado en vano, pero también ha conseguido muchas otras cosas. ¿Se han dado cuenta lo poco que le ha importado a la izquierda española la nueva ley de lenguas aragonesa? Todo el mundo se empieza a cansar del nacionalismo catalán. Eso también lo ha conseguido

Y cuando llegue a la meta, irá tan rápido que se pasará de largo y luego tendrá que recular, como siempre.

En qué estaría yo pensando. Se habla de Mas y yo me despacho con Rajoy. Confundí 25N con 20N. En cualquier caso, son tan parecidos, que lo dicho para uno sirve para el otro.

Yo, francamente, tanto me da. Llevamos 30 años de discursos nacionalistas, confrontados con el discurso nacionalista que duró 40 años. Ni unos, ni otros han querido dejar vivir otra alternativa, zarandeados por ETA, o vendiendo la ropa vieja con CIU. Francamente, quieren ser eso, otros Estados-Nación más. En fin. Desde 1898, no damos una, intentamos crear un espacio común pero por fas o por nefas, lo reventamos. Pero yo creo que, aún así, divididos por fronteras, idiomas y sistemas educativos, seremos capaces de coaligarnos para conseguir un beneficio común. Puede que el PV y CAT, miren a Europa ( en su derecho están), pero lo que quede de España todavía puede aprovechar una baza poderosa, la comunidad lingüística con Latinoamérica, y el rasgo creciente que tiene esa lengua en EEUU. Si ellos miran al Mediterráneo o al Cantábrico, miraremos al Atlántico y más allá, haciendo de puente entre continentes. Si fracasa el Estado de las Autonomías, habrá que volver a empezar, de nuevo, con otra cosa, o cada uno por su lado y cuenta. Como generaciones de españoles han tenido que hacer, en su magra suerte. Y en ello habrá que emplear todo el arrojo y la inventiva posibles.

El nacionalismo, en sus diferentes versiones, entiende de sutilezas formales pero suele coincidir en el fondo. Hoy -otra vez y ya se va convirtiendo en costumbre- Bassets nos muestra una coincidencia más del nacionalismo español que solía ser suave en las formas (aunque llamar zombie al president de la Generalitat acerca mucho El País a Intereconomía), con el del "carajillo" o "sol y sombra party". ¿De que se trata esta vez? Esta vez se trata de identificar al president de la Generalitat como el factor casi singular del creciente soberanismo catalán, como si el soberanismo en Cataluña fuera propiedad del president ciclista de la Genralitat. El nacionalismo español, el de Bassets en este caso, tan a gusto en su creación literaria, obvia dtalles como que en política no se gana por la musculatura de los líderes (aunque seguramente no puede ser de mantequilla, atendiendo a las críticas tan poco racionales que se sueltan desde los púlpitos contrarios) sinó por los votos de los ciudadanos que -estos detallitos...- se traducen en forma de Parlament. Sea del "sol y sombra party" o del "descafeinado party" el nacionalismo prefiere ignorar los ciudadanos soberanistas catalanes, como si estos formaran una masa informe en minoría de edad, a tutelar o a triturar. Sin ver a los cidadanos no ven el problema, en a Mas. El "sol y sombra party" o el "descafeinado party" prefieren atacar el problema en una sola cara. Es más fácil, no hay que argumentar demasiado y así incluso se pueden reducir lso conflictos políticos a una carrera ciclista. Ahora sí, bien es sabido, los mismos oradores de los púlpitos del nacionalismo español vendrán, en la página de al lado, a reclamar más transparencia y más democracia (casi siempre en abstracto con lo que no les interesa), más poder de decisión para el pueblo (pero nunca demasiado en concreto)... siempre que no se trate del siempre invisible pueblo (perdón por la osadía) de Cataluña. El equilibrismo del ciclista del "descafeinado party" que espera de España una negociación para consultar a los catalanes sobre su manera de organizarse, que ha de ser un ciclista muy zombie, sustenta su esfuerzo en esperar que su pedalear gane tiempo, vaya pasando la febrada en el Nordeste como una borrasca liegera y más pronto que tarde la democracia le de otra vez la razón, para que se sienta tan satisfecho y pueda volver a sacar su viejo eslogan, aquel de que los catalanes se autodeterminan cada cuatro años en las urnas. Mientras tanto ese nacionalista zombie del descafeinado party pedalea y pedalea por la indivisible y consultable España ignorando que mientras el sólo quiere ganar tiempo cada vez hay menos gente que le apluda las gracias en los costados de la cuesta del monte que escala. Las constitucions también se pasan.

Es tan absurdo todo, tan disparatado, tan frágil al menor análisis medianamente riguroso, que sólo cabe pensar en la acertada metáfora que usted nos deja: pedalear para no caer. Si hemos de hacer honor a que, según decimos, somos animales racionales basta con leer u oír a gente como Félix Ovejero para que todo el tinglado, el alboroto, los fuegos artificiales, queden reducidos a un sinsentido que por un cabreo circunstancial de la sociedad catalana, cabreo que sus motivos tiene, y no los niego, haya tenido tanto eco en una sociedad que realmente creo que tiene más sentido común que lo que nos hacen creer desde medios nacionalistas o medios centralistas.

La independencia es un estado de la mente que los individuos consiguen en su mayoria de edad, cuando quieren coger las riendas de su destino, asumir sus errores y disfrutar de sus aciertos. Bassets desea una Catalunya eternamente infantilizada, ciega a su realidad económica, política y social. Bassets desea que los catalanes continuen jugando con las cosas del comer, continuen tutelados por la administración central. Más vale seguir pedaleando, pues de lo contario el huracán se nos llevará a todos. Nadie dijo que seria fácil, menos aún cuando delante hay un estado antidemocrático y caníbal.

Cuando el pueblo se recetó a Rajoy pensó que con él saldría de su estado de postración, todavía sin reflejo en la Constitución entre los estados de emergencia, pero en realidad solo era un placebo. No solo no saldremos antes sino que además se nos hará de un largo incansable. Que alguien de su equipo le corte la cadena para que pedalee en el vacío y caiga porque si sigue los que caeremos al vacío seremos nosotros, si es que no lo estamos haciendo ya. Es verdad que no hay grandes alaridos, pero dice un montañero que eso es una falacia, que cuando caes no tienes tiempo ni de pararte a gritar. Solo esperas al suelo que te rompa la columna. Y en esa parece que estamos, esperando al crujido final.

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es periodista. Director adjunto y columnista de EL PAÍS. Tiene a su cargo la edición de Cataluña.

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