Hay un momento en que hay que traducir la idea luminosa al lenguaje común. Para que lo entienda la gente, incluso a riesgo de convertirse en un tópico, un cliché. Es una paradoja: pensar es derribar ídolos, descartar tópicos, combatir contra el cliché, a veces hasta encontrar el cliché que sirva para combatir los clichés.
Eso es lo que ha sucedido con la idea de la banalidad del mal, elaborada por Hannah Arendt con motivo de su cobertura periodística del juicio en Jerusalén contra el nazi Adolf Eichmann, el gran contramaestre del Holocausto y responsable material del asesinato en masa de seis millones de judíos hace 50 años, de donde salieron una serie de reportajes en New Yorker y el libro Eichmann en Jerusalén, convertidos ahora en argumento del filme de Margarette von Trotta que lleva por título el nombre de la autora.