El jueves fue el primer día del resto de su vida. Una vida más frágil y desprotegida de lo que haya conocido en los últimos 20 años. Ya no tiene inmunidad parlamentaria. El hombre más rico de Italia regresa a la nuda condición civil, como un italiano cualquiera. Llegó a la política para evitar la justicia y se va de la política cuando ya no hay obstáculo alguno que consiga frenar la apisonadora que es la justicia en un Estado de derecho.
Sabe que le espera el cumplimiento de una condena de cuatro años de cárcel por fraude fiscal, que se convertirán en un año de trabajos sociales sustitutorios concedidos en atención a su edad y a su condición. Y que ha perdido el derecho pasivo de voto, es decir, la capacidad para presentarse a unas elecciones en los próximos seis años, hasta que tenga 83. Sabe también, ya sin escudo que le proteja, que será pasto de los fiscales y jueces que ha conseguido eludir hasta ahora en sus dos décadas de gloria.