El nuevo año suele ser ocasión para pavimentar el infierno de deseos excesivos y abstractos. Bastaría que nada empeorara para darnos alguna satisfacción —ninguna guerra nueva como la que acaba de estallar en Sudán del Sur— o al menos que no se rompieran las negociaciones de paz y de desarme en curso, único camino para alumbrar algún acuerdo definitivo en el transcurso de 2014.
Ahora mismo hay tres procesos de negociación, uno por abrir y dos ya inaugurados, todos ellos en el mismo vecindario geográfico de Oriente Próximo. El más antiguo, más de 20 años ya, es el que pretende obtener el reconocimiento de dos Estados seguros y viables, con fronteras aceptadas por todos, uno para los israelíes y el otro para los palestinos. El más reciente, el que persigue el desarme nuclear de Irán en unas negociaciones que encabezan las seis principales potencias. El último, todavía por inaugurar, el que debería sentar en una mesa de negociación al Gobierno de Siria con representantes de las fuerzas de oposición, enemigos irreconciliables en una guerra civil que entra ahora en el tercer año de duración y amenaza con terminar con la misma existencia del país.