Nuestro mapamundi, viejo al menos de 70 años, ha sufrido en poco tiempo dos severas e inesperadas desgarraduras, bien visibles en las primeras páginas de los periódicos, que presagian un geografía política llena de novedades, incluso en las fronteras y en el número de los países que la componen. Esos dos sietes que se han abierto en las costuras del mundo de ayer son la anexión de Crimea por Rusia y la más que probable e inminente partición de Irak, con la consiguiente aparición de un nuevo país independiente como Kurdistán. Ambas son facturas diferidas de la caída de dos imperios y también del precario orden creado a continuación, a partir de 1989 por iniciativa de la Unión Europea y EE UU, en el caso de los países del antiguo bloque soviético, Ucrania incluida; y de 1919 por la de Francia y Gran Bretaña, que se repartieron y trazaron las fronteras sobre los territorios del extinto imperio otomano.
Una tercera desgarradura aparece simultáneamente en este mapamundi en refacción del siglo XXI, aunque de momento sea poco visible, porque está amortiguada incluso por su remota localización y su carácter marítimo. Esta no corresponde a la disolución de un imperio, sino al ascenso al parecer imparable de otro. Se trata de la formidable y constante presión ejercida por China para cambiar el estatu quo en sus mares adyacentes, el Mar de China Oriental, donde compite con Corea del Sur y Japón, y el Mar del Sur de la China, donde se disputa con seis países nada menos que dos centenares de peñascos e islotes con sus correspondientes aguas territoriales.
En la fachada marítima oriental de Asia se produce además la mayor acumulación de medios militares, y concretamente de capacidad de fuego, de todo el planeta. Todos los países de la zona incrementan sus gastos de defensa y hay una auténtica escalada, que se concreta en la instalación de misiles de todos los alcances, crecimiento de las flotas navales, especialmente submarinas, y aumento de las maniobras y actividades de vigilancia, que en numerosos casos se convierten en incidentes y momentos de alto riesgo de enfrentamiento bélico. El área geográfica circundante es, de añadidura, la que cuenta con la concentración de mayor número de potencias nucleares: China, Rusia, India y Pakistán, el Estado gamberro de Corea del Norte, y por supuesto EE UU, a través de sus bases y de su flota, todavía muy superior a la china.
La China de Xi Jinping, más todavía que la de su antecesor Hu Jintao, está reafirmándose en sus confines marítimos y pone a prueba a sus vecinos, mediante una presión minimalista pero constante sobre cualquier pedazo de tierra emergida. Apenas se habla ya del ascenso pacífico patrocinado por Hu y mucho más en cambio del sueño chino de Xi, paralelo del sueño americano. Pekín ha declarado una zona de identificación aérea obligatoria sobre el Mar de la China Oriental, y ha ido todavía más lejos en el Mar del Sur de la China, donde sus mapas marítimos incluyen una línea de puntos, que oscila entre nueve y once trazos, que se adentra como una lengua hasta llegar a las aguas territoriales de cada uno de los vecinos: Vietnam, Filipinas, Taiwan, Singapur, Malasia y Brunei. Dentro de la lengua de vaca quedan incluidas los archipiélagos de las Paracelso y las Spratley, además de numerosos arrecifes, algunos sumergidos y utilizados para crear estructuras portuarias. La zona fue convertida en 2012 en una prefectura, con capital en Shansa, en una de las Paracelso, con una población allí trasladada de apenas unos centenares de pescadores, funcionarios y militares. 