El único enemigo que de verdad cuenta es el que amenaza directamente a nuestras vidas. Para los ucranios europeístas, los polacos o los bálticos, no hay peor enemigo que los rebeldes prorrusos, apoyados, organizados y pertrechados por Putin y sus servicios secretos. Para los cristianos de Oriente o los chiitas de Irak, no hay más enemigo que el Estado Islámico, que asesina a los hombres, esclaviza y viola a mujeres y niños, y pretende dejar la geografía árabe como la palma de la mano, ocupada solo por los sangrientos imitadores de los piadosos ancestros compañeros de Mahoma.
Las víctimas no pueden escoger. Quienes tienen responsabilidades a la hora de parar las matanzas son los que no tienen más remedio que hacerlo. Y a la hora de establecer las prioridades no deben dejarse engañar por la retórica, las apariencias o los sectarismos ideológicos.