De no haberse producido la confesión, algún día la mejor calle habría sido para él. Naturalmente, esto habría sucedido a los pocos meses de su fallecimiento; aquí no damos calles a los vivos, con la excepción inexplicable de los reyes de España y familia, que sirven para bautizar hoteles, hospitales o calles sin rubor alguno. De no haber cambiado las circunstancias, su desaparición habría sido gloriosa, como lo fue la de Adolfo Suárez, de forma que sus seguidores habrían entonado como con Wojtila el santo subito que le habría encaramado en el callejero de la capital catalana entre muchos otros honores post mortem.
Imaginemos la Diagonal, arteria transversal como su movimiento o ideología, el pujolismo. Imaginémosla además con la remodelación ahora iniciada en la zona más noble, entre Passeig de Gràcia y Francesc Macià totalmente culminada hasta Glòries y anotada en el haber de un alcalde Trías, sí el mismo que ahora pidió su desaparición, en su tercer o cuarto mandato, es decir, entre 2019 y 2027: echen las cuentas y vean que es perfectamente verosímil.
Este futurible que ya no se producirá habría significado un desquite histórico del hombre que dirigió Cataluña durante 23 años, aunque después de esperar pacientemente ejerciendo de banquero a que muriera el general que fusiló al último presidente catalán en ejercicio, prohibió la lengua y la cultura catalanas, erradicó las libertades públicas y se constituyó en infranqueable barrera de las aspiraciones democráticas de los españoles, catalanes incluidos.