A la espera de la gran película catalana que probablemente nunca llegará, nada mejor que deleitarse con una película estadounidense que trata sobre la impunidad, las complicidades sociales y judiciales y naturalmente los silencios de la prensa ante un escándalo de mucha mayor envergadura como fue el encubrimiento sistemático de los curas pederastas por parte de una buena parte de la estructura jerárquica de la Iglesia Católica.
Hay diferencias abismales, naturalmente. Nada tiene que ver un caso de corrupción política que afecta al partido que ha gobernado en Cataluña durante 28 de los 36 años de su autonomía, y que sigue gobernando actualmente, con la tolerancia y encubrimiento eclesial desde tiempo indeterminado de la perversa e hipócrita costumbre de un número muy elevado de sus clérigos, sometidos de una parte al celibato pero de la otra habituados a abusar de su autoridad espiritual para someter a jóvenes de ambos sexos a sus caprichos eróticos.
Tampoco hay punto de comparación en cuanto al tamaño del escándalo ni a su resolución. La práctica de cobrar comisiones ilegales, el famoso tres por ciento en provecho de Convergència Democràtica de Catalunya, organizada por una red familiar y política alrededor del extenso clan del presidente de la Generalitat Jordi Pujol, se circunscribe a un ámbito y a un tiempo distintos y se halla todavía en fase de comprobación y probación ante los tribunales, a pesar de que sean ya muy abundantes y sólidos los indicios e incluso definitivas algunas pruebas, la que más la confesión del propio Pujol acerca de la existencia de cuentas en el extranjero ocultadas al fisco.