Josep Piqué es uno de los empresarios y políticos españoles con mayor experiencia e interés por la escena internacional, y especialmente por Asia, el continente más alejado y desatendido entre nosotros. Ha sido, entre otras cosas, ministro de Exteriores con José María Aznar, y actualmente preside distintas instituciones que vinculan España a Japón, Corea e India. Ha sido también consejero delegado y vicepresidente de la constructora OHL, y fue en su despacho en un rascacielos de la Castellana de Madrid donde tuvo lugar esta conversación el pasado 4 de abril. Este texto ha sido publicado en la revista bimensual 'La Maleta de Portbou' que dirige Josep Ramoneda en el número de julio/agosto de 2016.
Lluís Bassets.- Usted escribió hace tres años un libro, al que dio el título de ‘Cambio de era. Un mundo en movimiento: de Norte a Sur y de Oeste a Este’, en el que ofrece una visión del estado del mundo que contrasta respecto al momento actual por el punto de optimismo que entonces todavía mantenía sobre la globalización y sobre cómo está funcionando el orden internacional multipolar. ¿Lo matizaría ahora o incluso lo rechazaría?
Josep Piqué.- No hay que dejarse contaminar por la coyuntura cuando analizas las tendencias de evolución del mundo. La globalización no es una opción política, es un dato. Ha venido para quedarse y aunque pueda sufrir retrocesos y avances, ya es imparable. El mundo es cada vez más pequeño y asequible para todos. Por eso yo mantengo un cierto optimismo. Cada vez somos más, pero cada vez hay más personas que salen de la miseria, con mayor capacidad adquisitiva, acceso a la satisfacción de las necesidades básicas, como la educación o la sanidad. También por primera vez hay más gente que vive en las ciudades que en el campo. Somos más urbanos y burgueses. Y no es casualidad que a las grandes revoluciones democráticas y modernizadoras las llamemos revoluciones burguesas porque provienen de la libertad asociada a vivir en la ciudad y no en el campo. La dirección y la proyección estratégica son buenas.
Otra cosa son las dudas respecto a si somos capaces de reconstruir algún tipo de orden mundial. Teníamos un orden muy complicado y peligroso, basado en la división en dos bloques, que daba unos determinados niveles de certidumbre, pero se cayó y no ha sido sustituido. Hubo la ilusión que duró poco de un mundo unipolar, con una hiperpotencia y la idea de que los valores occidentales se esparcirían hasta la culminación o fin de la historia, tal como la describió Francis Fukuyama. Ahora hemos visto que eso no es así y estamos ante un momento de gran desconcierto, de forma que los poderes existentes en el concierto internacional, al que no puedo llamar orden, tienen serias dudas respecto a cuál tiene que ser su papel real en este siglo.
Hace poco he leído las reflexiones sobre política exterior que hace el presidente Obama [en la revista The Atlantic de marzo pasado]. Dice cosas muy novedosas respecto a cuál debe ser el papel de Estados Unidos en el mundo. Es clarísima la opción por Asia, el alejamiento estratégico y conceptual del mundo euromediterráneo, específicamente de Oriente Medio y el ninguneo del papel de Europa. Me interesa y comparto su reflexión sobre China, respecto a que debe sentirse estable y segura, porque así podrá desempeñar un papel positivo en la configuración de este nuevo orden. En caso contrario, puede acabar haciendo cosas que sean preocupantes para todos.