Lluis Bassets

Un torneo literario

Por: | 24 de septiembre de 2016

Barcelona crece. No es seguro que Cataluña la acompañe. Puede que tengan razón las casandras del nacionalismo, con Jordi Pujol a la cabeza, cuando señalan que la nación catalana se halla en un momento crucial de su historia, en el que se enfrenta al dilema trágico, a vida o muerte, entre conformarse a una decadencia sin fin o realizar un salto insólito e inesperado como sería la independencia.

Hay muchos datos que desmienten el fin de la nación catalana, anunciado por el independentismo para el caso altamente probable de que no consiga sus objetivos. No es cuestión de repetir los tópicos ya conocidos sobre el estado de la lengua, la demografía, la economía, las infraestructuras o el atractivo internacional de su principal baza y mayor riqueza, que es la metrópolis barcelonesa.

Esto no le importa a quien se ha convencido, y ha convencido a muchos otros, de exactamente lo contrario. Steven Pinker tiene tres explicaciones para el pesimismo contemporáneo que sirven perfectamente para el caso de los independentistas. En primer lugar, la fuerza de la información negativa, que lleva a retener las cosas malas que nos han sucedido y olvidarnos de las buenas: las primeras son fruto de injusticias inmerecidas y las segundas son realidades descontadas a las que tenemos derecho. En segundo lugar, la cultura de la crítica moralizadora, en la que rivalizamos con nuestros conciudadanos en una subasta en cuanto a compromiso y agudeza negativa. Y en tercer lugar, la nostalgia de una edad dorada que nunca existió pero que nos permite soñar en un mundo, o un país, mucho mejor que el que conocemos.


Así es como la realidad va por un lado y la imaginación independentista va por otro, en un divorcio muy similar al que se está produciendo entre economía (en plena recuperación) y política (totalmente paralizada). Nadie diría que la ciudad más brillante y emergente al menos del área europea y mediterránea que es ahora mismo Barcelona sea la capital de una nación oprimida, fiscalmente expoliada, desatendida en sus necesidades de transportes y comunicaciones, colonizada por una oligarquía ajena de un Estado extranjero, en la que la justicia manipulada por su Gobierno se dedica a perseguir con saña a los dirigentes democráticos que osaron nada menos que poner las urnas para que los pobres catalanes se expresaran libremente.

Muchas son las energías y presupuestos invertidos en promover tal idea, con el resultado ya conocido en cuanto a la hegemonía del relato independentista sobre la historia de esta pequeña nación en marcha hacia su liberación. Pero todo tiene un límite, aunque sea más por saturación que por la actuación de fuerzas de signo contrario. Y el límite parece que ya se ha alcanzado, a juzgar por el indicio suficientemente sólido que proporcionó el jueves la confrontación entre dos discursos, relatos o escenificaciones, tanto da el nombre, sobre la ciudad y la nación, Barcelona y Cataluña, con motivo del pregón de las fiestas de la Mercè.

De un lado, la joya literaria que fue el pregón con el que Javier Pérez Andújar abrió las fiestas de la Mercè. Del otro, "la fiesta carlista", con "aire de pendón antiguo, trabuco e incluso misa" --palabras de David Cirici, en el diario independentista 'Ara'--, ripios en castellano y un discurso en catalán del "populismo más primario" a cargo del comediante Toni Albà, disfrazado como un Juan Carlos que se ha disfrazado de Felipe V. En la plaza de Sant Jaume, la ciudad grande, moderna, mestiza, inclusiva. En el Pla de Palau, la nación pequeña, antigua, homogenea, excluyente.

Los convocantes, mayormente del partido sin nombre, antes Convergencia y huérfanos de la Gran Casandra del catalanismo, se acogieron a la ofensa preventiva para pelear por el territorio hegemónico frente a la irrupción de Barcelona en Comú y Podemos. Cualquier otro pregonero que no perteneciera a su congregación hubiera sido sometido al mismo escrutinio escrupuloso para castigarle con el boicot por los pecados de falta de respeto e insultos a los pobres catalanes que quieren independizarse.

Craso error. Mejor no plantear batallas que se pueden perder. En la Cataluña de Toni Albà no cabe el escritor Pérez Andújar, pero en la de Pérez Andújar cabe e incluso es imprescindible la Cataluña malhumorada de Toni Albà. Este es el resultado que da el marcador al final de la contienda. Todos a favor de la libertad de expresión, claro, aunque unos más que otros, por supuesto. Los más listos, como Esquerra o el ex alcalde Trias, se han apartado de este torneo literario. Y los otros debieran escuchar los buenos consejos que llegan desde sus propias filas: "Si convertimos el independentismo en una cosa antipática e intolerante para los que todavía dudan, nos haremos daño".

Hay 2 Comentarios

Empezar diciendo que estoy de acuerdo con tus palabras, aunque me gustaría matizar que no solo es Barcelona la que crece, sino que ciudades como Hospitalet, Cornellà, Sant Boi, Sabadell, Terrassa, Santa Coloma o Badalona, por citar algunas también crecen. Y que Barcelona sin lo metropolitano no sería Barcelona. Decir también que si Andújar hubiese realizado una performance sobre el silencio, tal y como nos decía Cage, el ruido desde lo primario hubiese continuado.


No creo que la economía catalana se esté recuperando. En el segundo trimestre la deuda pública de Cataluña ha vuelto a incrementarse, en nada más y nada menos que 2.479 millones de euros, situándose en más de 74. 000 millones. Además, Cataluña está centralizando excesivamente su desarrollo en la ciudad de Barcelona y su entorno, algo que a la larga será negativo para el conjunto de la autonomía.


El independentismo catalán, tema que ya me aburre profundamente, pues llevan años con lo mismo sin dar un paso determinante, hasta el punto que no se sabe cuándo hablan de independentismo que realmente están reivindicando las elites políticas nacionalistas, creo que está demasiado liderado por lo que podríamos denominar gente del mundo de la cultura. Gente muy bien pagada que tiende a hacer un espectáculo, una fiesta de todo, y las cosas serias se logran con esfuerzo.


Como se suele decir “No hay éxito sin esfuerzo”, y el esfuerzo, por mucho que uno se acostumbre a él, siempre es amargo. Lamentablemente, vivimos una época en la que se quiere erradicar el esfuerzo de la vida de las personas, seguramente, promovido por sectores vagos de nuestra sociedad. Se quiere que los alumnos pasen de curso sin aprobar. Padres, e incluso algunos profesores, se quejan de que los profesores les pongan deberes a los niños, algo fundamental para que el profesor pueda evaluar al niño de forma continúa y obligarle a que estudie en casa el tema que ha dado en clase . Con el independentismo pasa lo mismo, las elites nacionalistas catalanas, demasiado influenciadas por la gente del denominado mundo de la cultura, creen que les van a regalar la independencia, y todo ello gracias a hacer grandes manifestaciones difundidas por los medios de comunicación. Olvidando así que “No hay éxito sin esfuerzo”, y el esfuerzo, por ejemplo, como el que hicieron los kosovares, suele ser amargo, duro, doloroso.

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Sobre el autor

es periodista. Director adjunto y columnista de EL PAÍS. Tiene a su cargo la edición de Cataluña.

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