El equilibrio del poder no existe ahora en Europa. Empezó a romperse en 1989 cuando cayó el Muro de Berlín y apareció una Alemania nueva, mucho mayor en demografía, territorio y economía que Francia, su pareja continental, y que Reino Unido, la tercera pata de la estabilidad. Hubo esfuerzos para recuperarlo a partir de la arquitectura de la Unión Europea, notablemente el Tratado de Maastricht y la creación del euro. Pero a partir de 2008 con la crisis de la deuda soberana, convertida pronto en amenaza letal para la moneda única, terminó el espejismo y reapareció el viejo fantasma del hegemonismo germánico y el temor a que una Europa alemana sustituyera en poco tiempo el ensueño de una Alemania europea.
De los sucesivos rescates de la economía griega surgieron las imágenes injustas que ilustran el nuevo momento europeo. Angela Merkel es Adolf Hitler en las portadas de la prensa sensacionalista griega. La canciller alemana impone la austeridad más extrema, con reducciones salariales y recortes en el Estado de bienestar, a los países deudores que quieren disponer del crédito de las instituciones financieras europeas y se niega, en cambio, a la mutualización de la deuda mediante la emisión de eurobonos.
Alemania devuelve la imagen con la idea demagógica de unos países mediterráneos derrochadores y corruptos, que no sufren bajo la bota de la austeridad germánica sino que pagan su pereza y su dejadez de los tiempos de bonanza, cuando se endeudaron hasta límites insoportables. No cuentan para el caso los beneficios que reportó la burbuja inmobiliaria a la banca alemana ni el soberbio superávit comercial construido con una moneda común lastrada por los mediterráneos.
Si esta historia pudiera encapsularse en el destino del euro y en la construcción de la unión bancaria, con la mayor y más forzada transferencia de soberanía que se haya visto en Europa por parte de los países endeudados, el final llevaría el nombre de una Europa alemana, impregnada de la austeridad y de la estabilidad que forma parte del ADN de la política monetaria germánica. Así, gracias a la crisis, la Alemania definitivamente europea que había superado todos sus fantasmas históricos, se convertía al fin en directora y modeladora, hegemón geoeconómico, ya que no militar, de la Europa unida.
Pero no es así, tal como explica y documenta Hans Kundnani, autor de dos libros cruciales para la comprensión de la Alemania contemporánea y de su lugar en el mundo. El primero, no traducido al castellano, es ‘Utopía o Auschwitz: la generación alemana de 1968 y el Holocausto’; y el segundo, ‘La paradoja del poder alemán’, que suscita esta reseña acerca del papel de Alemania en Europa y aporta en su edición española un epílogo excelente, escrito cuando la crisis de los refugiados ya había empezado y la Alemania de Merkel se había convertido en una especie de faro moral, a la vez que mostraba de nuevo los límites de su poder.
Kundnani explica como Alemania ha regresado a su estatuto bismarckiano de semihegemón, una figura que combina poder y contención, matizada actualmente por su apabulladora superioridad geoeconómica pero también por su reticencia militar. Su peso y su lugar en Europa conducen al desequilibrio, acentuado ahora todavía más por el Brexit, un auténtico desentendimiento británico del continente, y por la erupción geopolítica en Oriente Medio que está conduciendo a millones de personas hacia las costas europeas. Y el resultado no es, según Kundnani, una Europa alemana sino una Europa caótica, que no sabe todavía como gobernarse ni hacia dónde debe dirigir sus pasos.
(Este texto es mi reseña para Babelia del 5 de noviembre de 2016 del libro de Hans Kundnani. La paradoja del poder alemán. Prólogo de José Ignacio Torreblanca. Traducción de Amelia Pérez de Villar. Galaxia Gutemberg. Barcelona, 2016. 12.35 euros.)
Hay 1 Comentarios
La crisis del 2008 es una excelente justificación para explicar lo que está ocurriendo en la UE, y tal vez lo haya acelerado, pero no es la única causa, no debemos de olvidar que los líderes de la UE no lograron ya sacar adelante el Tratado Constitucional, debido, entre otras cosas, al no de Francia y Holanda . No, al Tratado Constitucional, que entonces (2005) ya se consideró que provocaría consecuencias negativas para la UE.
Publicado por: ECO | 12/11/2016 0:07:55