No hace falta esperar a los primeros cien días de Donald Trump para ponderar razonablemente las cartas con que cuenta China para salir como la gran vencedora de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. No es la única potencia con posibilidades, pero sí la que tiene mejores expectativas. Rusia puede obtener ventajas regionales en Europa oriental y Oriente Próximo, en Ucrania principalmente, como resultado del debilitamiento del lazo transatlántico y del desinterés de Washington por el futuro de Siria. También puede sacar tajada la República Islámica de Irán, que ya aprovechó la guerra de Bush para extender su esfera de influencia en Irak, regresó a la escena internacional gracias al acuerdo nuclear con Obama y ahora puede sacar partido de la nueva estrategia de Trump para consolidar al régimen aliado de Bachar el Asad.
En el caso de China, las ventajas no son solo regionales. El proteccionismo comercial de Trump, con la denuncia del TTP (Tratado Comercial con el Pacífico) y la vía muerta para el TTIP (Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones), entrega a Pekín la bandera del multilateralismo y del libre comercio, y no tan solo en Asia, donde China promueve una alternativa regional que incluye a 16 países en el denominado RCPE (Regional Comprehensive Economic Partenership), sino en la entera región del Pacífico, con la inclusión de los latinoamericanos (México, Perú y Chile). La oportunidad para Pekín a partir de ahora es liderar y apropiarse de la globalización, que Washington promovió e impulsó y ahora parece dispuesto a abandonar.
Idéntico movimiento cabe respecto a los acuerdos sobre cambio climático alcanzados en París y Marraquech en caso de confirmarse la línea negacionista de Trump y sus propósitos de inhibición en su financiación y aplicación en EEUU. Pekín tiene la oportunidad de quedarse con el liderazgo global de la reducción de emisiones, después de haberse asociado a Washington en Copenhague ya en 2009 hasta compartir la dirección del proceso en la última tanda negociadora.