La idea de un mundo gobernado es ajena a la mentalidad de quienes, como Donald Trump, propugnan el regreso de Estados Unidos a una grandeza perdida con la regla de oro de situar el interés de su país por encima de cualquier cosa. Aunque America First es lo más parecido al espanto del prohibido Deustchland über alles, nada en los nombramientos del presidente electo desmiente hasta ahora este nuevo rumbo guiado por el interés de las grandes empresas estadounidenses a costa de sembrar el caos en el resto del planeta.
En la próxima administración serán numerosos y brillarán los guerreros negacionistas del cambio climático: el secretario de Energía, Rick Perry, quería eliminar su departamento cuando fue candidato en las primarias republicanas; el de Interior, Ryan Zinke, es un enemigo declarado de los ecologistas; el de Medio Ambiente, Scott Pruitt nunca ha creído en el objeto que trata su agencia; y el de Estado, Rex Tillerson, presidente de Exxon-Mobil, cuenta como bazas su amistad con Putin y la envergadura de la empresa que ha presidido hasta ahora, capaz de contravenir los intereses de su propio gobierno, como sucedió en Irak, donde se alió con los kurdos en detrimento del gobierno de Bagdad.