A veces aparecen llamativas y preocupantes (al menos para mí) noticias acerca de récords de precocidad en conseguir determinados logros teóricamente reservados a adultos expertos. No hace mucho oímos hablar de un niño de 9 años que había conseguido coronar el Aconcagua (6960m). El mundo de las carreras no es ajeno a este absurdo ya que en los últimos tiempos se ha informado de que un niño de 5 años había terminado una media maratón en 2h22min; otro de 6 hizo lo mismo en 2h19min y otro más de la misma edad fue capaz de terminar (llorando) la maratón de Taipei.
Es evidente que la capacidad de resistencia infantil es mucho mayor que lo que la mayoría de las personas imaginamos. Sin embargo, en mi opinión, tanto la preparación para estas gestas como la realización de las mismas es de tal magnitud que debería literalmente constituir un delito por exposición del niño o a la niña a un estrés absolutamente innecesario y, en muchos casos, a un peligro para su salud.
Cualquiera que conozca el deporte infantil sabe de la enorme influencia que ejercen los padres sobre sus hijos. Lamentablemente, esta influencia no siempre va en la dirección adecuada y no son extraños los casos de niños o niñas que practican sin verdadera afición un deporte presionados por unos padres que quieren ver triunfar a sus hijos allá donde ellos, los mayores, creen tener una deuda pendiente. Lo peor de todo esto es que la presión que ejerce este tipo de padres suele ser inconsciente y si se les insinúa la cuestión, la negarán totalmente aduciendo que el niño es quien decide en esta materia y que ellos simplemente apoyan y acompañan al menor. Por cierto, esto no sólo ocurre en el deporte, sino también en otros ámbitos de la vida.
Particularmente, me da igual que el niño diga que disfruta con el tema. ¿Quién decide realmente que un niño de 10 ó 12 años (no digo ya 5 ó 6) realice una maratón? Los padres. ¿Cuál es realmente la capacidad de un niño de esta edad para valorar las consecuencias de una decisión de este tipo? Ninguna. El niño hará lo que sea con tal de agradar a sus padres e incluso creerá disfrutarlo. Un niño no debe dedicarse a correr maratones ni nada que se le parezca sino que debe realizar las actividades físicas propias de su edad, ni más ni menos.
A los 5 años un niño debe jugar en el parque y en el cole con el fin de estimular su motricidad y, con ella, el desarrollo de su plástico cerebro. Más o menos hasta los 10 años deben primar los juegos y ejercicios coordinativos que implican el aprendizaje de movimientos cada vez más complejos que enriquezcan el vocabulario motor del niño.
En cuanto al desarrollo de la capacidad aeróbica de los niños, la conseguiremos inicialmente a través de sus juegos y poco a poco la iremos ampliando, no tanto por necesidad sino por crear un hábito de tolerancia, tanto física como psicológica, a este tipo de esfuerzos que, al margen de cuestiones deportivas, les serán muy necesarios en el futuro para el mantenimiento de un buen nivel de salud. En mi opinión, basta con que consigamos que los niños de alrededor de 12 años sean capaces de correr 20 minutos seguidos sin que eso les suponga una tortura. Para ello, no es necesario un entrenamiento sistemático de la resistencia, sino que ésta se puede conseguir predominantemente a través de otros tipos de ejercicios y actividades que sean más amenas y motrizmente ricas que simplemente correr.
Perdido el miedo a enfrentarse a esfuerzos de cierta duración, es a partir de los 14 o15 años cuando ya se puede empezar a promover un entrenamiento progresivo más sistemático de lo aeróbico ya sea con fines de rendimiento para los deportistas o como hábito saludable para los demás.
Es precisamente en la adolescencia cuando se produce habitualmente una importante caída del nivel de actividad física tanto entre los chicos como entre las chicas, aunque más acentuado en estas. Hasta entonces se supone que hay en los niños una tendencia natural hacia el movimiento aunque, lamentablemente, cada vez más inhibida en las sociedades más “desarrolladas” por la cantidad de estímulos sedentarios y por la enorme oferta de comidas y bebidas “fáciles” que se les suele asociar. Básicamente, puede decirse que la asunción de esta contracultura importada de los países anglosajones con la inestimable ayuda de la televisión es lo que ha provocado la actual epidemia de obesidad infantil en países como España.
Si estás concienciado/a con todo esto y te preocupa la salud presente y futura de tus hijos, el camino correcto es supervisar y educar (mejor con el ejemplo) en una alimentación correcta y en un buen nivel de actividad física global. No pretendas compensar la comida basura que les permitas comer y las horas frente a la televisión, el ordenador, el móvil, la tablet o los videojuegos con kilómetros porque será más que probable que, a medio plazo, el efecto sea contraproducente.
Si, por otro lado, te reconoces en el tipo de padre o madre obsesionado/a con que tu hijo/a realice hazañas de cualquier clase, destaque en un deporte determinado, etc., te sugiero con todo el respeto del mundo que reconsideres tu postura y/o que lo consultes con un experto cercano. Ten bien claro que el deporte infantil debe ser ante todo una fuente de expansión y disfrute para el niño. Si no lo ves así, algo estará fallando.