Camino del Congreso de Bici Urbana de Sevilla me asalta el recuerdo de la Bicicrítica que se celebró el jueves en Madrid. La concentración, que se convoca el último jueves de cada mes y congrega a miles de defensores de la bicicleta para reivindicar una capital más adaptada a los ciclistas, cumplía seis años. Entre los asiduos, acostumbrados al recorrido, a los pitidos y a los choques verbales con ciertos conductores, llama la atención una joven. Manos apretadas en torno al manillar, una sonrisa que casi parece una mueca y el cuerpo rígido. No lo puede esconder: es una de las primeras veces que monta en bici por la ciudad. Un ligero y continuo tambaleo, y el titubeo al hablar mientras conduce, evidencian su inexperiencia. "Me regaló la bici mi novio y como no me atrevía a usarla nos animamos a venir aquí", cuenta la chica mientras intenta no perder el equilibrio. Cada vez que el grupo se para, ella pierde fuerza. Los comienzos son lo más difícil y lo que más le cuesta es arrancar. Eso sí, una vez que se pone, no quiere parar. Cada vez que el miedo invade su cara, su novio le da un empujocito y se pone de nuevo en marcha. Cuando se cansa, un par de amigos, que vienen con ella, le animan a seguir. Parece una metáfora de la bicicleta urbana y su implantación en España: cuesta arrancar y tiene que estar apoyada por gente que crea en ella de verdad. Una vez que se pone en marcha quiere ir rápido, muy rápido.