
“Podés meter la bici”. Esa fue una de las primeras frases que Santi D´Onofrio me dijo en la puerta de su local de comida rápida de Malasaña. “Debe de tener una”, me dije a mí mismo, “pocos establecimientos madrileños te dejan meter la bicicleta con tanta facilidad”. La suya estaba escondida tras la puerta que lleva a la cocina de Ay mi madre, su negocio de comida rápida; una contemporánea empresa familiar. Su bici es una mountain bike.
Llegó a Madrid desde Buenos Aires hace cinco años y en 2009 abrió la pequeña pizzería. “Fue un proyecto entre mi novia, mi padre, mis hermanos y yo”. Todos argentinos. Por eso igual cocinan pizza estilo Mar del Plata que milanesas. Va en bici a trabajar. “Tardo dos minutos cincuenta segundos; a veces me cronometro”, confiesa. Vive en Argüelles y a la vez que inauguró el negocio, estrenó vida: la de padre. Su hijo Manuel tiene 21 meses y una bicicleta. “Es una Conor Monster 120 color naranja. Preciosa”, cuenta orgulloso.
No tenía papeles. Gran parte de su familia ya vivía en la capital. A pesar de ello, les costó un tiempo, a él y a su novia, conseguir la residencia. Madrid es compleja. “No soporto las calles angostas ni el carácter de muchos conductores. Aparte de eso, cuando bajo de casa la luz es una pasada y cuando sentís ese vientito en la cara y deslizás entre los coches que parecen congelados, no puedes más que sonreír”, resume sus casi tres minutos de trayecto diario.
Va en bici porque “lo mamé”. Su padre le llevaba por Buenos Aires. “Hacíamos salidas juntos y era un momento muy especial. Yo haré lo mismo con mi hijo”, relata. Tiene una sillita adaptada a la bici de su novia donde transporta al pequeño. No camina pero va a pedales. Eso es concienciación. La bici con Manuel a bordo la usan los dos. Es otra de montaña. “Necesito los cambios; sin ellos no soy nadie”, añade. No entiende las fixies ni las bicis urbanas con pocas marchas. “Pa, pa, pa”, imita el chasquido de los engranajes, “cambio al arrancar, al subir o al bajar. Voy un poco loco”, explica. Es argentino: habla, habla y habla. No importa que esté en el trabajo, él mezcla ideas y frases y mientras tanto se le chamusca una pizza. Lo soluciona rápido: una sonrisa, una disculpa con su melódico acento y una invitación.
Fuma. Y pedalea. Es ciclista y adora la nicotina. “Cogí la buena costumbre de fumar solo por la noche”, justifica su vicio. Cada calada es un pequeño respiro entre un tiramisú y una porción de pizza. Pasa de largo de la crisis. Argentino pero con apellido italiano. “Como la mayoría de los argentinos, mitad de España, mitad de Italia”, comenta sin poder evitar otra de sus sonrisa. No es la misma que pone para las fotos: una mueca algo chulesca. “Es por el sol”, aclara. En esa mirada se ven los 28 años que tiene. Su cuerpo no le delata.
Si tiene que comparar las dos ciudades por las que más he pedaleado en su vida, Buenos Aires y Madrid, se queda con la capital argentina. “El tráfico allá es terrible pero creo que estaba acostumbrado a la manera de conducir. Además, es muy plano y las calles son más anchas”, continúa su plática. Entre palabras y bicis se le ha hecho tarde. Hace un cuarto de hora que tenía que haberse puesto el delantal. “No pasa nada, en un minuto estoy allí”.
Retratos en bici es una sección semanal de I love bicis que quiere reflejar la diversidad, en imágenes, de los ciclistas madrileños. Moeh Atitar, compañero periodista de El País y fotógrafo, lleva la cámara. La idea de la sección surgió tras la entrevista a Dmitri Gudkov, fotógrafo afincado en Nueva York, que, en febrero de 2010, empezó una serie de retratos a ciudadanos de la ciudad norteamericana con su bici. A cada imagen le pone el 'hashtag' #BikeNYC. Esto es, con nuestro estilo, #BikeMAD.