La cultura del siglo XXI se expresa en capítulos. Las pestañas de los buscadores o las conversaciones que mantenemos por whatsapp mientras estamos de cañas con un amigo provocan que cuando nuestra mente se concentra, lo haga en paralelo. Desgracia para unos, que acusan una notable pérdida de profundidad en los razonamientos; beneficio para otros que consideran que nuestra mente está más excitada que nunca. Lo audiovisual también se ha visto imbuido de este pensamiento desestructurado. Si antes se rendía culto a películas, a historias con un principio y un final de una duración determinada; ahora las series han tomado el relevo: las dos horas de una película no entretienen tanto al personal como un par de capítulos de una serie. Desde Twin Peaks, emitida en 1990 y considerada fundadora de la tendencia, hasta Mad Men, el formato televisivo ha ido ganando calidad, seguidores y fama. Su influencia ha llegado hasta tal punto que el mes pasado, el vicepresidente de Estados Unidos Joe Biden aseguró que la serie Will y Grace, en la que dos de sus protagonistas son abiertamente homosexuales, había hecho más por la normalización de la realidad LGTB que cualquier otra campaña. Lo que sale en la tele ocurre en la sociedad y viceversa; la normalización catódica de la homosexualidad ha allanado el terreno a la igualdad. Primero con estereotipos, luego con personajes más complejos. Realizando el mismo ejercicio, si nos ponemos a pensar en la cantidad de personajes que se mueven en bicicleta en las series, y sus características, se puede extraer la imagen que tiene la sociedad de las bicis y si la movilidad en bicicleta es normal.