Andrés Ortega

Sobre el autor

, europeo por nacimiento (padre español, madre francesa), convicción y profesión, ha sido corresponsal en Londres y Bruselas y columnista y editorialista de El País, director de Foreign Policy Edición Española y dos veces Director del Departamento de Estudios en La Moncloa. Le interesa casi todo. Ha publicado (con A. Pascual-Ramsay) ¿Qué nos ha pasado? El fallo de un país. Su primera novela se titula Sin alma.

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Europa, así no

Por: | 27 de abril de 2012

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Hay tres Europas enfrentadas en el seno de cada sociedad, lo que dificulta sobremanera avanzar a nivel del conjunto de la UE de 27, o siquiera de la Eurozona de 17.

Primero está la anti-Europa, contra el euro, contra toda solidaridad (hacia otros Estados miembros, pero también dentro), contra la desaparición de las fronteras internas, y, sobre todo, contra la inmigración, sea musulmana o del Este de Europa. Es la Europa de Le Pen, de Wilders y de tantos otros que se alimentan de los miedos identitarios y económicos entre los que se ven perdedores de la globalización y de la integración europea, agudizados en sus sentimientos y realidades por la crisis. Pero anti-europea es también una parte de la extrema izquierda, que equipara la integración que hemos vivido a la por ella denodada austeridad. Veremos su fuerza en Grecia en las elecciones también del 6 de mayo.

Luego está la Europa de la austeridad, intergubernamental, también poco solidaria y contaminada por la anterior en su recelo a la desaparición de las fronteras interiores y a la inmigración. Es la de Merkel y de Sarkozy. Y que en ocasiones tiende a encojer el Estado del bienestar, propio de un modelo europeo que está por ver si es sostenible.

La tercera es la Europa federalizante, más solidaria, que busca combinar la austeridad, o mejor dijo, la estabilidad fiscal, con el crecimiento, aunque no tenga la fórmula mágica, que pasará probablemente por políticas activas de creación de empleo, por políticas industriales, y por abrir a la competencia sectores enteros, y que no lo fía todo a una recuperación automática de la mano del mercado.

Naturalmente, las líneas de separación a menudo no están  claras, ni necesariamente coinciden con el tradicional eje izquierda-derecha. Lo vemos en las elecciones francesas, donde en la primera vuelta se han enfrentado estas tres Europas. Aunque en la segunda se difumine algo esta separación, resurgirá en la tercera (las legislativas del 10 y 17 de junio). Afortunadamente, los socialistas franceses parecen haber superado sus divisiones sobre la integración europea, pues las tuvieron y llevaron a hundir en referéndum la Constitución Europea.  Lo vemos también en los Países Bajos, donde Geert Wilders representa la primera, pero se niega a más recortes impuestos por “burócratas en Bruselas”; el primer ministro caído Rutte la segunda; y la oposición de centroizquierda la tercera.

En Alemania es más complicado. Hay elementos de la anti-Europa. Los liberales que en tiempos de Genscher eran sinónimo del mayor europeísmo, han  cambiado y están en caída libre. Merkel, impulsora de la segunda, la de la austeridad, la de la integración por el “método de la unión” de Estados y no el comunitario, también se ha apuntado al regreso de las fronteras internas, y se ha convertido en el baluarte de la austeridad, aunque podría llegar a cambiar.  Y hay confusión en la troika socialdemócrata -formada por el presidente, Sigmar Gabriel, el líder parlamentario y ex ministro de Finanzas Frank Steinmeier, y el aspirante a candidato a canciller Peer Steinbrück- que estuvo a punto de romperse ante el anuncio de Hollande de renegociar el Pacto Fiscal. La balanza de poder cambiará si Merkel se queda sin dos peones esenciales en su estrategia europea: la Francia de Sarkozy y la Holanda de Rutte. El viento político está cambiando hacia la necesidad de suavizar la austeridad fiscal y completarla con un Pacto de Crecimiento, aún sin contenido y sin continente.

En la sociedad española también están presentes las tres Europas, aunque dada nuestra historia, mucho menos la primera, la anti-Europa. Y no es una división por partidos políticos. Las tendencias profundas resultan preocupantes. Pese a que el europeísmo y el apoyo al euro parezca mantenerse en España según algunas encuestas, como la última del Real Instituto Elcano, otras, como mostraba el blog de Metroscopia, dibujan una marcada caída del europeismo y un crecimiento de la visión negativa de la UE. Y según el Eurobarómetro de la UE, los españoles se distancian de la media europea en cuando a su valoración negativa de la actuación de la Unión ante la crisis.

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Cuidado, porque el europeísmo en España está estrechamente vinculado al desarrollo de la democracia. Si falla el primero, nos podríamos quedar sin rumbo. Por ello es necesario que Europa cambie, y se convierta en, y sea opercibida como, parte de la solución, de nuestra solución, no de nuestro problema.

Aunque viene de antes, las elecciones francesas -tanto por el triunfo de Hollande en la primera vuelta, como por el resultado de Le Pen- están provocando un amplio cuestionamiento de la política de austeridad a ultranza en las sociedades más castigadas. Es necesaria una política de crecimiento acompàñada de justicia social. De otro modo, las sociedades estallarán. Pero no hay dinero. La solución tendría que pasar por más integración europea. El problema es que las opiniones públicas están divididas al respecto. Y no hay líderes que las convenzan de lo contrario. Pero, al menos, está avanzado la idea de que así, no.

La segunda independencia de las Américas

Por: | 24 de abril de 2012

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La geopolítica del petróleo, y por tanto, la mundial, puede cambiar de forma radical de la mano de las últimas tendencias en los descubrimientos, explotación y pautas de consumo del crudo y del gas. América, las Américas, se pueden convertir en unos años en un continente no sólo ya autoabastecido en petróleo y gas, sino en gran exportador neto. Naturalmente está el caso de Venezuela o de México. Pero ahora también el de Brasil, con sus descubrimientos con enormes potenciales de la mano de Petrobras, Repsol y otras grandes compañías; o de Argentina, sobre todo con el prometedor yacimiento de Vaca Muerta; y otros países. Las Américas se pueden convertir en un nuevo Oriente Medio, sólo que sin esa carga de enfrentamientos religiosos y étnicos.

En la extracción inaugural del megayacimiento de Tupi, en subsuelo marítimo, a 250 kilómetros de Río de Janeiro, el mayor descubrimiento en el hemisferio occidental, el entonces presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula, señaló que  "entramos en una nueva era y eso que aún no sabemos todo lo que hay ahí abajo ni todas las dificultades que tendremos para explotar ese petróleo” y calificó la nueva riqueza petrolera de “segunda independencia”. Pero ya no estamos en tiempos de independencias, sino de enormes interdependencias.


Incluso más que los casos en América Latina, puede ser determinante el cambio en el país hasta ahora más ávido y derrochador de energía, Estados Unidos.  Las nuevas tecnologías, y los precios más altos del crudo, están permitiendo nuevas explotaciones. En EE UU, como señalaba The New York Times, la combinación de nueva producción en petróleo y gas, el desarrollo de la energía eólica y solar, y un consumo más eficiente -terreno en el que aún le queda camino por recorrer a muchos estadounidenses aún apasionados por sus enormes 4 x4- están acercando al país al sueño de lo que ellos llaman "independencia” y nosotros “autosuficiencia” energética, uno de los elementos centrales de cualquier estrategia de seguridad nacional. También está Canadá y sus nuevas y explotables riquezas.


A este panorama hay que añadir la emergencia de una China ávida de energía. Este es un factor también presente en la cuestión de YPF en Argentina, que no estaba ahí hace 10 años, en el sentido de que ahora esas economías emergentes cuentan con alternativas que antes no existían Aunque en el caso de Argentina fue Repsol la que primero entró en contacto con los chinos, con Sinopec, en un primer momento para que comprara la parte de Sacyr en la empresa, a un precio que los chinos consideraron demasiado elevado, y luego para que entraran en YPF como socios, cuando ya Pekín sabía, como todos, que la expropiación estaba a la vuelta de la esquina (y no por razones de "independencia"). No significa que los chinos no vuelvan, aunque son pridentes. El factor chino en las relaciones con América Latina es un elemento esencial en cuyo análisis la diplomacia española ha empezado a entrar con rigor y profundidad pues transforma para España el entorno geoeconómico. Las empresas van a menudo por delante. De hecho, en Brasil Repsol está asociada a Sinopec.

Pero que las Américas permitiesen aunque sólo fuera a Estados Unidos no depender del petróleo de Oriente Medio cambiará su visión del mundo y de esta zona, aunque permanezca indisoluble su vínculo especial con Israel. No depender, se entiende en términos fijos, pues tal como funcionan las reglas del mercado (más para el crudo que para el gas), el precio se fija a escala global. Y la seguridad exige no sólo suministros sino un precio asequible. En el futuro previsible Arabia Saudí y los países del Golfo no se quedarán secos, y los asiáticos y los europeos los necesitarán. Y Riad podrá seguir disponiendo de dinero para pagar el adoctrinamiento y desarrollo de movimientos islamistas, como los que vemos ganar limpiamente elecciones en todo el norte de África, y otros en la propia Europa.


Ante lo que, de la mano de estas nuevas explotaciones y otras tendencias, va a ser un desplazamiento del poder hacia las Américas y hacia Asia, Europa se queda parada. En todo caso, ante esta perspectiva, a  España le conviene aún más que las empresas españolas sigan estando en las Américas, y que las de éstas estén más en España. Eso es interdepedencia. Lo que implica actuar con tacto, inteligencia y visión estratégica. De otro modo, seremos mucho menos en Europa y en el mundo.

 

Los mercados no votan, pero ...

Por: | 22 de abril de 2012

El candidato socialista francés, François Hollande

Los mercados financieros no votan, pero ... cuentan. Pese a que el candidato socialista francés los haya vilipendiado (“mi adversario es el mundo de las finanzas”), y al nerviosismo de algunos inversores, estos han parecen haber descontado ya una victoria de François Hollande el próximo 6 de mayo en la segunda vuelta de las presidenciales francesas. El impacto sobre la prima de riesgo de la deuda francesa ha sido mínimo, aunque algo ha aumentado en los últimos días. El diferencial de la deuda francesa con la alemana estaba al final de la semana pasada en 141 puntos, por debajo del máximo de 190 del pasado 15 de noviembre. Pero hay que pensar que este diferencial era prácticamente nulo en 2006. También en esto el eje franco-alemán se ha resentido.

Pese a que Sarkozy ha intentado utilizar los mercados en su favor (aferrándose el rating AAA para la deuda francesa, salvo en el caso de Standard & Poors, como instrumento electoral y apelando al miedo ante Hollande), los mercados han emitido ya un juicio sobre estas presidenciales digno del doctor Gregory House: “Todos mienten”. Es decir, que los dos candidatos que pasan a la segunda vuelta están “en negación”, como se dice ahora, pues sus propuestas están alejadas de la realidad que se impondrá en Francia tras las presidenciales y las legislativas de junio. Éstas últimas interesan ya casi más a los mercados, pues indicarán hasta qué punto un presidente Hollande, si la izquierda revalida, va a depender de los votos en el Parlamento de los de Mélenchon. Ahora bien, no mienten lo mismo. La mentira de Hollande no es la misma que la de Sarkozy. Que gobierne uno u otro puede cambiar algunas cosas. Aunque, por mucho que le pese, la evolución del diferencial de la deuda o de su calificación pueden acabar siendo determinantes. También para Hollande. Es así.

  

Algo debemos agradecer el resto de los europeos a estas elecciones. Y es que haya entrado en la campaña la cuestión de la necesidad de que Europa tenga una política de crecimiento, y no sólo de austeridad. Se está abriendo paso la idea, en la que tantos economistas anglosajones han venido insistiendo insistido,  de que la austeridad ciega y bruta no asegura crecimiento, sino todo lo contrario y al final obligará a más austeridad y condenará a la depresión. Ello no significa renunciar a la austeridad, sino comprender que, como el colesterol, hay una austeridad buena y otra mala, o al menos un buen y mal grado de austeridad, una que sanea y lleva a la estabilidad y al crecimiento, y otra a la asfixia del enfermo.

Eso que se llama los mercados están ya más pendientes de otras elecciones. Como opina un experto francés del sector,  la volatilidad seguirá por razones políticas hasta al menos las elecciones de noviembre en EE UU (tras ellas puede venir un giro hacia la austeridad), y el cambio de liderazgo en China para esa fechas, que, como se ve por la purga de Bo Xilai, no está resuelto de antemano. ¿Girará China hacia un mayor consumo interno o no? ¿Habrá más levantamientos sociales? Y la duda sobre cómo se comportará Putin en su segunda etapa de presidente de Rusia.

Más allá, en 2013 (si no antes) están las elecciones alemanas. Preocupan menos que las italianas. Debido al envejecimiento de la población, los socialdemócratas –fue Schröder quien hizo las grandes reformas, no Merkel- no están por levantar el freno de la austeridad ni en Alemania ni en el resto de la UE por miedo a que se dispare la inflación y los ahorradores pierdan para su jubilación. Y Merkel sigue siendo una firme convencida del valor taumatúrgico del diferencial de la deuda, que deciden los mercados no Alemania, para forzar los recortes y reformas en los países de la periferia de la UE, incluida España.  E incluso en Francia, si se desmanda.

Pero hay distintas visiones en Alemania sobre lo que debe ser Europa. Es bueno que, realmente por primera vez, en unas elecciones nacionales como estas francesas se confronten distintas visiones de Europa. Eso, al menos, ha cambiado. Y que al Elíseo pueda llegar un presidente capaz de, como lo pone Felipe González, decirle no a Merkel. Merkozy ha sido un mito. Si el socialista gana, Merkel-Hollande será ... otra cosa.

El País

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