España ha caído en un preocupante descrédito internacional. No sólo el Gobierno, sino el país, con consecuencias aún difíciles de prever en su totalidad, pero que llevan, de momento a una conclusión: ya no nos creen. Y de ahí la demanda de la Comisión Europea, entre otras, de crear una "institución fiscal independiente". No nos creen fuera los datos oficiales, ya sea de déficit, o de necesidades del sistema financiero, corroído por algunas manzanas podridas. Y ya no nos creemos ni a nosotros mismos
El PP sí se creyó su propia propaganda. Que bastaba que llegara al Gobierno para que se generara confianza en la economía. No ha sido así. Y no lo ha sido porque los problemas objetivos y el propio Gobierno de Rajoy han generado desconfianza. En sus datos y en su apariencia de estar superado por las circunstancias. La gran obsesión de Rodríguez Zapatero en su último año y medio de mandato, fue, como hemos explicado y él mismo ha relatado, evitar una intervención de la UE y el FMI. Por una razón principal: porque conllevaría la imposición de condiciones que serían muy duras en términos sociales (recorte de pensiones, de seguro de desempleo y de paga a los funcionarios, entre otras). Ahora se ha convertido, comprensiblemente, en la obsesión de Rajoy.
El descrédito se ha ahondado: con el baile de cifras de déficit de 2011, revisado varias veces al alza, para que Montoro acabara reconociendo que no sabe qué facturas que hay en los cajones de las Autonomías; con el retraso en la presentación de los Presupuestos Generales del Estado para 2012 para esperar a que se celebrasen las elecciones andaluzas, es decir, por razones puramente de oportunidad política; con el agujero, que ha ido creciendo, de Bankia; con la pérdida de imagen de algunas instituciones como el Banco de España o la CNMV; o con planteamientos que involucran al BCE sin haberle consultado. Muchos inversores, nacionales e internacionales, están perplejos. No se esperaban esto de un Gobierno que ha tenido casi dos años para prepararse.
Rajoy, en su conferencia de prensa del pasado lunes, extrañamente como gobernante en la sede de su partido, pidió gestos desde la UE para reforzar el euro. Se refería no sólo a las dudas del Gobierno sobre que Alemania esté realmente decida a mantener el euro “cueste lo que cueste o cueste lo que le cueste”, sino que probablemente era una manera indirecta de pedirle al BCE que interviniera en los mercados secundarios comprando deuda española para rebajar la desbocada prima de riesgo.
Es una crisis de por sí sumamente difícil de gestionar que requiere liderazgo. Pero la gestión la ha agravado, y está obligando a ir con la verdad por delante, lo cual es peligroso. España se ve obligada ahora a desnudar sus bancos, mientras que los alemanes o franceses, que tiene problemas, aunque vengan de otras causas, están agazapados.
La resistencia a la intervención, tanto por Zapatero como ahora por Rajoy también se debe al deseo de no dañar la ya baja autoestima en la que ha caído el país. De hecho, según la encuesta en nueve países europeos del Centro Pew, los españoles, nos valoramos mucho menos de lo que nos valoran otros países (sólo Grecia nos supera).Y España se ve a sí misma, junto con Italia, como el país más corrupto de los nueve.
Pero sin embargo, estamos a la cabeza (71%) de los que piensan que nuestro nivel de vida es mejor que el de nuestros padres a la misma edad. Y es que venimos de muy atrás.
Walter Russell Mead advierte que "lo que empieza a parecer en España -que la fusión financiera del país está imponiendo servidumbres que el sistema político no puede aguantar- podría también ser verdad de Europa en su conjunto". Podemos ir a un choque entre la solución de la cuestión financiera y la política.
Cuando Rajoy dice que “hemos hecho lo que teníamos que hacer”, está probablemente pensando que la solución no pasa ya por el Gobierno, sino por Europa y especialmente por Alemania. La Comisión Europea no lo piensa así dispuesta a dar un año más para que España cumpla el objetivo de déficit del 3% a ciertas condiciones (mucho más livianas que ante una intervención, pero condiciones). La salida pasa por esfuerzos españoles -para lo que sería necesario un gran pacto nacional-, pero también europeos y por un salto al federalismo (aunque no se llame así): unión fiscal (de verdad, no sólo unión de austeridad), unión bancaria (como propuso Monti y ahora hace suya la Comisión Europea) y unión económica, gobernada por órganos democráticos, es decir, unión política. La alternativa es un peligroso retroceso. Lo dice hasta David Cameron. Y ahora el que parece dudar es Hollande.