Una cosa es “compartir” y otra “ceder” soberanía, aunque ésta sea algo muy relativo en la era de la globalización. De ambos procesos hay mucho en la construcción europea y más que, es de esperar, vendrá. Pues ahora también se trata, de forma conjunta, de “recuperar” soberanía frente a los mercados y las economías emergentes, aunque ya parece olvidada aquella “refundación del capitalismo” que prometió Sarkozy tras la crisis de septiembre de 2008. Pero a la vez que se avanza, de una u otra forma, hay que tener mucho cuidado con la legitimidad democrática, pues su carencia puede, al final, echar por tierra todo el edificio, dado que hay un creciente divorcio entre la integración europea y la ciudadanía, los pueblos, de Europa, muchos de los cuales, al final, incluido el alemán, tendrán que pronunciarse en referendos.
La cuestión del déficit democrático en la UE no es algo nuevo. Fritz W. Scharpf diferenció entre la legitimidad en origen (input), es decir cuando es el pueblo el que decide, y la legitimidad de resultados (output). La UE es un caso claro en el que ha predominando más ésta última, aunque no esté produciendo los resultados esperados ante la crisis.
A la vez, van creciendo los poderes independientes. El sociólogo francés Pierre Rosanvallon ha teorizado sobre el hecho de que independizar algunas decisiones no es antidemocrático, sino todo lo contrario. Vale para los comisarios europeos y especialmente para el de la Competencia, (que podría estar fuera de la Comisión) para los bancos centrales o para los reguladores a uno u otro nivel.
Pero la hoja de ruta que bajo el título de "Hacia una genuina Unión Económica y Monetaria" han dibujado las instituciones (presidente del Consejo Europeo en colaboración con los de la Comisión, del BCE y del Eurogrupo), de aprobarse, cambiaría en profundidad el proceso de integración europea. Llevaría a que “Bruselas” acabe decidiendo sobre las grandes líneas de los presupuestos de la UE, normal, y de cada miembro de la eurozona, no tan normal. Es verdad que se ha avanzado ya en esta dirección con el llamado Semestre Europeo que obliga a plantear, antes de la decisión de los parlamentos nacionales, las líneas generales de los Presupuestos de los Estados miembros ante la Comisión Europea para debate en el Consejo (por cierto que, de acuerdo con estos mecanismos el Gobierno español debe presentar sus perspectivas presupuestarias para 2013 y 2014 antes del sábado, lo que no es verosímil cuando aún está luchando por qué hacer en 2012). El filósofo Jürgen Habermas, ha sido muy crítico al respecto. Lo que se plantea ahora es que una especie de ministerio europeo de Finanzas, lo que llevará a que un ministro o comisario predecida y sancione en su caso sobre los presupuestos nacionales, aunque la última palabra la tengan los Estados reunidos en Consejo. Pero como ha declarado el comisario Almunia, ya se sabe que las "recomendaciones" de "Bruselas" acaban siendo "obligaciones".
El futuro no debe ser una suerte de intervención permanente. Ante los rescates, los ciudadanos en las democracias liberales están aceptando una pérdida parcial de la soberanía nacional, pero solo si es temporal, y si ven una relación causal clara entre el origen de los problemas y las medidas impuestas para solucionarlos y la luz al final del túnel.
Alemania, incluso si es necesario cambiando su Constitución por primera vez por referéndum, parece dispuesta a avanzar por esta forma de Unión Fiscal y Bancaria a cambio de sostener el euro (aunque no, a que mutualice la deuda soberana de los países de la eurozona) y, quizás, a llegar a una garantía común de los depósitos bancarios. La propuesta de las instituciones de cara al Consejo Europeo, dice que se trata de “compartir decisiones sobre los presupuestos a cambio de compartir los riesgos”. Y de controlar los presupuestos y el sistema financiero de cada país a cambio de ayuda. En esto es comprensible la postura de Merkel. No habrá dinero alemán sin supervisión y control europeos de los bancos y de las cuentas nacionales.
Se insiste en que se trata de las grandes líneas presupuestarias –lo que acabará incluyendo los impuestos (la independencia americana se hizo bajo el lema de “no taxation without representation”)- y no de las decisiones concretas sobre si gastar en “mantequilla o cañones”, como se decía antes. O aún no. Pero no obstante esto significa seguir vaciando la democracia nacional sin remplazarla por una democracia europea para la que no hay demos sino demoi. Los que lo proponen son conscientes de que el ejercicio debe reformar la democracia y la transparencia. Merkel y Schaüble, desde hace tiempo, hablan de que los ciudadanos europeos lleguen a elegir al Presidente de la Comisión Europea y se refuercen los poderes del Parlamento Europeo. No bastará. Hay que involucrar más a los Gobiernos, es decir, esencialmente al Consejo Europeo, y a los parlamentos nacionales.
La propuesta de las instituciones se refiere al protocolo 1 del Tratado de Lisboa (TFUE) que refuerza la información que llega a los parlamentos nacionales y potencia la Conferencia de órganos parlamentarios especializados. Son los alemanes los que más han pensado en esto, dadas las limitaciones que ha ido introduciendo su Tribunal Constitucional. Joshcka Fischer ha propuesto no solo dar más poderes al Parlamento Europeo, sino crear una segunda cámara formada por delegados de los parlamentos nacionales, es decir, recuperar la antigua Asamblea.
Habermas ha sugerido que la Comisión lleve a cabo estas nuevas tareas de supervisión presupuestaria por la vía democrática del procedimiento legislativo ordinario, con la aprobación del Consejo y del Parlamento Europeo, lo que requeriría un cambio profundo de los tratados, algo que cada vez parece más inevitable aunque no sea para mañana.
Por otra parte, el calendario democrático de la eurozona, salpicado por las elecciones en 17 países con las consiguientes tensiones, en un contexto como este, se convierte en un problema para gestionar una crisis.
La solución para que se avance a la vez en la integración y en el control democrático se llama federalismo, aunque éste se haya convertido en un término tabú en Europa. ¿Están los gobiernos y los pueblos preparados para este gran salto adelante?