Ajustes, háylos, no como las meigas, pues duelen. Pero no todos son iguales. El de Rajoy está en camino y ya está claro que responderá a lo que piden Bruselas y el FMI: subida del IVA, abaratamiento del Estado y, pronto o tarde, recortes en prestaciones sociales (pensiones y seguro de desempleo). Ya se han recortado de forma aguda en España la sanidad y la educación (incluida la i+D+I). Reducir estas dos últimas partidas es un error pues son inversión en futuro. La sanidad es una fuente de innovación para España, y la educación lo debe ser casi todo, aunque tenga que producir mucho mejores resultados.
No hay milagros. Pero sí hay diferentes combinaciones que implican distintas prioridades y valores, incluso distintas culturas. Junto a los ajustes a hachazos, como el de Cameron o en buena parte los realizados en España, la semana pasada se plantearon otros dos tipos de ajustes que reflejan que hay mayor margen de maniobra de lo que se pretende, sobre todo para preservar lo esencial del Estado del bienestar (con sus cuatro patas: sanidad, educación, pensiones y seguro de desempleo).
El primer ministro socialista francés, Jean-Marc Ayrault, al presentar sus planes, rechazó específicamente el término “austeridad”, prefiriendo la expresión “un giro en el rigor”, “dentro de la justicia” (social, se entiende). De hecho, el nuevo Ejecutivo francés –que tiene que hacer frente a una reducción del déficit de 43.000 millones de euros en dos años- ha propuesto para 2012 pocos recortes, y sí una subida de los impuestos a los que más tienen, salvaguardando a “las clases populares y las medias”: anulación de la subida del IVA que Sarkozy llamó de solidaridad social (y bajada de este impuesto sobre los libros), subida de la contribución sobre las grandes fortunas y los derechos de sucesión para los tramos más alto (no para un 88%, asegura); sobre las grandes empresas, los dividendos repartidos, la renta de patrimonio inmobiliario de no residentes, una tasa excepcional de 4% sobre el valor de los stocks de petróleo, etc.
En total, 7.200 millones de euros en impuestos suplementarios. El gasto público de Francia, el más elevado de Europa tras Dinamarca, subirá a 56,2% del PIB antes de reducirse, y la presión fiscal a 46,5% del PIB. Es lo que han querido los franceses, dispuestos a pagar. Para el presidente, François Hollande, en una frase a retener pues tiene consecuencias, es preciso “reducir la deuda para garantizar la soberanía” y preservar el modelo francés. Además, inauguró ayer un gran proceso de concertación social con sindicatos y patronales. El verdadero plan de ajuste en Francia, demorado por la larga campaña electoral, llegará en el otoño con el proyecto de presupuestos para 2013. Ahí se mostrará el verdadero Hollande.
Otro tipo de ajuste es el anunciado por Monti (tecnócrata, pero con un gran sentido político y con sensibilidad social), en un plan para reducir el déficit en tres años. Su obsesión es evitar una subida del IVA que agravaría la recesión, y preservar los servicios sanitario, aunque con algún recorte. Su medida principal es una reforma y jibarización del Estado italiano, suprimiendo 60 provincias y 100.000 funcionarios. La Administración Central perdería uno de cada 10 de los suyos. En total, 7.000 millones de recortes inmediatos en diferentes partidas, incluyendo las misiones militares en el extranjero. Su plan reduciría 4.500 millones de déficit este año, 10.500 millones en 2013 y, tras las elecciones, 11.000 millones en 2014, lo que atará de manos a cualquier ganador.
Cada país requiere su tratamiento. España podría plantearse otras alternativas a las que maneja el Gobierno. La Comisión alargará hasta 2014 el cumplimiento del objetivo de 3% de déficit, de hecho, lo baja a 2,8%, lo cual a estas alturas suena un poco ridícula tanta precisión), pero 2012 ya va por encima del 8%. A cambio de esta flexibilidad, también como coleteral para salvar a la banca y dado el deterioro de las cuentas públicas, Bruselas exige la subida del IVA, que ya ha aceptado el Gobierno de un PP que la rechazaba en la oposición y a la que se opone ahora el PSOE. Es una medida rápida, de urgencia, probablemente la menos mala y la única posible para aumentar la recaudación de forma inmediata, aunque acentúe el bajo nivel de consumo. Se trata de una sangría para salvar al enfermo. Las alternativas hubieran requerido otra política mucho antes. Y no asegurará que después de la sequía llegará la lluvia, como pretende Montoro. Además, el resto de las medidas resultarán mucho más dolorosas.
Si Hollande no acepta el término "austeridad", aquí tampoco el Gobierno acepta el concepto de "rescate" (aunque sea de una parte de la banca) ni el de "condicionalidad". Todo lo hacemos, claro está, porque queremos.