Andrés Ortega

Sobre el autor

, europeo por nacimiento (padre español, madre francesa), convicción y profesión, ha sido corresponsal en Londres y Bruselas y columnista y editorialista de El País, director de Foreign Policy Edición Española y dos veces Director del Departamento de Estudios en La Moncloa. Le interesa casi todo. Ha publicado (con A. Pascual-Ramsay) ¿Qué nos ha pasado? El fallo de un país. Su primera novela se titula Sin alma.

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Tecnocracia contra consenso

Por: | 27 de agosto de 2012

MM Monti Merkel

En España mucha gente se lamenta de que no tengamos un Mario Monti. Sin duda el actual primer ministro italiano es un hombre bien formado, con experiencia, con sentido europeo de con quién hay que hablar (por ejemplo, no olvida a los finlandeses), y nos ha librado (¿por cuánto tiempo?) de Berlusconi (gracias a un empujoncito de Merkel). Pero no deja de ser un tecnócrata. Este mes de agosto lo ha demostrado cuando en una entrevista al semanario alemán Der Spiegel ha afirmado que los gobiernos no se deben dejar llevar por sus parlamentos: "Si los Gobiernos se dejan atar por las decisiones de sus parlamentos sin proteger su propia libertad de actuación, sería más probable una ruptura que una mayor integración" de Europa.

Posteriormente matizó estas palabras, afirmando que "la autonomía del Parlamento en relación al Ejecutivo no es debatible", y que su intención era promover un dáologo constante y sistémico" entre gobiernos y parlamentos sobre el proceso de la integración europea... Aunque cabe considerar que es debatible la elección del término "autonomía". Pero el daño estaba hecho, y provocó un alud de críticas por parte de dirigentes políticos en Alemania -incluida la propia Merkel- y en Bélgica.

Es verdad que hay cada vez más trabas constitucionales o parlamentarias (Alemania, Dinamarca, etc.) a las decisiones comunitarias, y más que hablar de Italia Monti se estaba dirigiendo a los alemanes. Los Poderes Ejecutivos en la UE, y aún más en el euro, necesitan un margen de maniobra para poder negociar entre ellos. Las posiciones rígidas habrían imposible todo acuerdo. Pero cuidado, como venimos avisando, de no vaciar la democracia nacional antes de haberla reemplazado por una democracia europea (que no acabo de divisar).

Los alemanes son los más sensibles al tema pues su Tribunal Constitucional ha dictaminado que el Parlamento alemán tiene que avalar todas las decisiones sobre rescates en la zona euro. Y ha recomendado un referéndum para cambiar la Constitución alemana para nuevas transferencias de soberanía. De hecho, son los intelectuales alemanes los que más están empujando el debate sobre el déficit democrático en la UE, especialmente el filósofo Jürgen Habermas, pero también otros, como tres de ellos señalaban en un reciente artículo. Alemania está más centrada sobre el tema de los pueblos, demoi, aunque Francia es la que puede acabar frenando más los avances para preservar la soberanía.

Habermas denunció ya hace tiempo la cesión de soberanía sin control democrático que suponía el llamada sistema del Semestre Europeo, por el cual el Eurogrupo y la Comisión deciden de forma anticipada sobre las grandes líneas de los presupuestos, algo que la sra. Merkel no ha cuestionado sino que ha impulsado, como también el Pacto Fiscal.

Probablemente cada uno hable desde su experiencia. Y Monti lo hace desde la suya a la cabeza de un Gobierno al que los partidos han cedido poderes cuasi plenos (aunque voten cada gran decisión). De hecho, los últimos recortes a principios de agosto fueron aprobados en la Cámara Baja italiana por más de 400 votos frente a 86.

Es la vía tecnócrata. No la del consenso. Y la culpa no es del tecnócrata, sino de los políticos italianos a los que "se les ha olvidado cómo gobernar", como criticaba recientemente La Stampa. "Hablamos de una clase política que hace nueve meses acordó no gobernar y no oponerse. Ha dejado en manos de los tecnócratas sacar la carreta del barro. Es decir que la democracia quedó en suspendo con la bendición de los partidos", decía el periódico liberal. Unos partidos que esperan cargar en la espalda de Monti las decisiones impopulares, pero presentarse ellos a las elecciones.

Mejor sería el consenso, aunque sea una palabra que ya no funciona en España. Háblese de un gran acuerdo nacional. Pero rehúyase la dejación de la política que supondría una salida tecnócrata.

 

Axiomas de la buena vida

Por: | 20 de agosto de 2012

Aristoteles

Los Skidelsky, padre e hijo, que, como señalaba en el blog anterior abogan por una economía que nos aleje de la insaciabilidad consumista y del crecimiento económico a toda costa, definen en el mismo libro esa idea que se origina en Aristóteles: nada más y menos que proponer en qué consiste la buena vida.

Para ello, definen unos “bienes básicos”. Se parecen a las diez capacidades centrales que ha propuesto Martha Nussbaum, o , a los “bienes primarios” que propusiera Rawl como necesarios para lo que llamó un “plan de vida racional”.


El biógrafo de Keynes y el filósofo avanzan en la precisión y en las exigencias que plantean para que un bien sea básico, lo que de hecho los convierten en el equivalente a axiomas. Para empezar, no puede ser parte de otro bien. Tiene que ser sui generis. Tiene que ser universal, es decir, compartido en todas las culturas. E indispensable. Y además, finales lo que significa que no deben servir para otro bien. Lo que recuerda la famosa frase de Fernando de los Ríos a Stalin cuando éste le preguntó: “¿Libertad para qué?”. “Libertad para ser libres”, le contestó el socialista español.
Los bienes básicos que proponen los Skidelsky son los siguientes:

  • Salud (pero no se trata de convertir al mundo en un vasto hospital en el que cada cual cuide de todos los demás).
  • Seguridad. Lo que incluye la seguridad física pero también el trabajo bien remunerado. Claro que, como recuerdan, el pleno empleo como política macroeconómica se abandonó durante la era Reagan/Thatcher y nadie la ha recuperado. También advierten contra la caída en la “esclavitud del salario” en otro sentido que el habitual: En el sentido de que a más salario, más gastos, como el personaje de Sherrman McCoy, el “amo del universo” de la novela de Tom Wolfe La hoguera de las vanidades, que consume su elevado salario en costosos alquileres, coches c y escuela, con lo que entra en bancarrota en cuanto pierde el empleo. .
  • Respeto. Algunos lo llaman “dignidad”, especialmente en discusiones religiosas, un  término muy utilizado en las revueltas árabes.
  • Personalidad. Lo que incluye la propiedad.
  • Armonía con la naturaleza (pero ellos no se declaran ecologistas)
  • Amistad. Incluida la familia y eso que se llama “capital social” (una terminología que rechazan). Podría incorporar también la pertenencia a una o varias “comunidades”. En cuanto a la amistad propiamente dicha, recogen la diferencia que marcó Aristóteles amistad-utilitaria (basada en una coincidencia de intereses) y amistad de placer (basada en distracciones compartidas), aunque la verdadera amistad se da cuando cada parte abraza el bien del otro como propio.
  • Ocio. No es falta de actividad, sino lo que hace para beneficio en sí, no como medio para otra cosa. El tiempo dedicado al trabajo no ha disminuido  en 20 años, e incluso puede estar aumentando si se toma en cuenta el dedicado a los desplazamientos para ir a trabajar. Menos horas trabajadas no tienen por qué implicar menos ingresos (como demuestra el caso de los holandeses frente a los británicos)

Para estos autores, los bienes básicos no son solo medios para una buena vida. Son la buena vida. Y, en estos términos, pueden que hayamos retrocedidos. Ellos no lo dudan respecto a un Reino Unido cuyos ciudadanos gozan de menos bienes básicos que en 1974.

Occidente tenía su concepto de la buena vida. Tenía que tenerlo para contraponerlo al soviético y al atractivo del comunismo. Con el fin de la Guerra Fría, se acabó.

¿Hay otros elementos que definirían otra buena vida? Ellos consideran que no. Pero en esta lista y en su explicación y justificación, falta ese otro bien básico que ellos duscuten en profundidad, pero no incluyen como tal, a saber, la libertad, mucho más demandada en estos tiempos que la democracia. ¿Para qué? Para ser libres.

Nosotros, los insaciables

Por: | 11 de agosto de 2012

Puede que la actual situación no sea la mejor para plantearlo, pero "una gran crisis es como una inspección: expone las fallas de un sistema social y promueve la búsqueda de alternativas", señalan Robert y Edward Skidelsky. Además, explican, es necesario diferenciar entre las medidas a corto plazo para salir de esta depresión, y las políticas a largo plazo para lograr la buena vida. Robert Skidelsky es hstoriador y magistral biografo de John Maynard Keynes. Edward, hijo suyo, es filósofo y sociólogo. Su refllexión conjunta es más que oportuna. Pues sin querelo, la crisis está llevando a nuevas pautas de consumo que pueden poner en duda ese principio, reciente, en el que se ha asentado la economía occidental, y probablemente su mayor éxito exportador: el consumismo. De hecho, somos la primera civilización humana basada en el crecimiento económico y en ese consumo desaforado.

El libro de ambos, How Much is Enough? Money and the good life, no es un alegato medioambiental. Se abre con un cita de Epicúreo: "Nada es suficiente para el hombre para el cual suficiente es demasiado poco". De hecho, la reflexión parte de un estudio de Keynes, "Las posibilidades económicas de nuestros nietos", redactado en lo esencial poco antes de la crisis del 29 y publicado enseguida después. En él, el maestro calculaba cuanto era suficiente para vivir bien: entre cuatro y ocho veces el ingreso medio en sus tiempos y en su sociedad, lo que equivaldría, según los Skidelsky, a unos 40.000 euros anuales en poder adquisitivo. Aunque hoy nos parezca difícil concebirlo, el capitalismo de entonces no giraba en torno a un consumo desenfrenado y siempre creciente. De hecho, Keynes creyó que se estaba acercando la era en la que el ser humano podría empezar a trabajar menos y llevar una buena vida en un sentido aristotélico. Se equivocó, y los Skidelsky intentan explicar por qué.

El problema no ha sido el consumo, sino su exceso, la insaciabilidad, antes una aberración de los ricos y ahora un lugar común. que solo ha quedado en suspenso por la crisis. Quizás lo único bueno que aporte sea enseñarnos a valorar que no es necesario consumir tanto, sino consumir mejor. "Decir que mi propósito en la vida es hacer más y más dinero es como decir que mi propósito al comer es engordar y engordar", señalan los autores para los cuales la economía de libre mercado desbridada pone en manos de los empleadores el poder de dictar las horas de trabajo e incendir en nuestra tendencia a un consumo competitivo llevado por el status.

Es un sistema que, además, confunde el tiempo libre y la distracción con el consumo. Hubo unos conocidos grandes almacenes británicos que anunciaban: "Voy de compras, luego soy" (I shop, therefore I am). Los Skidelsky recuerdan esa "terapia del por menor", según la cual algunas depresiones supuestamente se resuelven yendo de compras. El problema es que este capitalismo abona la insaciabilidad, "vive de la expansión sin fin de los deseos". Por eso muchos lo odian. Porque nos ha dado una riqueza sin precedentes (a muchos, a una mayoría, aunque haya cientos de millones de personas en el mundo que no llegan al mínimo necesario , y en nuestra propia sociedad la pobreza está en aumento pero nos ha quitado el principal beneficio de la riqueza: la conciencia de tener lo suficiente. "Ha logrado un progreso incomparable en términos de creación de riqueza, pero nos ha dejado incapaces de usar esa rioqueza de manera civilizada", señalan los autores, que, por otra parte, defienden la idea de una renta básica, no mínima.

Este capitalismo está basado sobre un pacto faustiano: Se dio libertad a los males de la avaricia y la usura, pensando que, al haber sacado a la humanidad de la pobreza, se retirarían para siempre. No fue así. Contaminaron nuestra alma. Los Skidelsky abogan porque el Estado abandone esa neutralidad que entrega a los guardianes del caopital el poder para manipular el gusto público en su propio interés. Para ellos, el principio de la solución estriba en abordar la cuestión de la escasez, central al pensamiento enconómico, en términos de necesidades, no de deseos.

Podemos, debemos, limitar nuestros deseos a nuestras necesidades, aunque no haya un acuerdo sobre éstas. Arístóteles ya lo planteó, con una visión de lo que debe ser la buena vida, un concepto que ya no forma parte del debate público en occidente. Somos la única civilización que ha hecho de la insaciabilidad su centro y que lo está convirtiendo en un elemento universal.

Pero la definición de los Skidelsky de la buena vida la dejaremos para otra ocasión. De momento, conviene quedarse en que "la búsqueda sin fin de la riqueza es una locura".

Un resumen del planteamiento de este libro puede encontrarse en un artículo que publicaron el Financial Times, y en una conferencia del biógrafo de Keynes en la London School of Economics.

 

Lo más parecido a Dios

Por: | 04 de agosto de 2012

 Google “Es lo más parecido a Dios”, me dijo un amigo. “Efectivamente”, le contesté, “está en todas partes, lo sabe todo, y lo sabe todo de todos. Pero lo que no se sabe es si realmente sabe que lo sabe”. Estábamos hablando de Google.

No hace mucho, en 2006, la revista Time publicaba  una entrevista con Douglas Coupland, autor de la novela JPod, en la que se comparaba a Dios con Google. No era Google el Dios, sino el ser humano, al sentirse así tras un uso intensivo del buscador. Es verdad que cada vez más, en las conversaciones en cenas o en cafés, echamos uso del móvil para dirimir a través de Google una duda o una disputa sobre un dato. Google se ha convertido en una extensión de nuestras mentes.

Brin Google Glass

 

De ahí que ahora la empresa proponga un suplemento a nuestras gafas (Project Glass) que nos traerían a Google, y a toda la web, ante nuestros ojos de forma casi instantánea, como hizo a finales de junio en la presentación Sergey Brin, co-fundador de la empresa. El género ciberpunk hace tiempo que contempla implantes en el cerebro, que, ¿por qué no?, nos permitieran buscar en Google y en cualquier sitio de la Red que para entonces se habrá transformado, pues pese al cambio que ha supuesto, ese mundo creado por el ser humano está aún en su más tierna infancia. 

 

 

Claro que puede envenenar nuestra vida, incluídas nuestras relaciones sentimentales como muestra este video anticipatorio.

 

Pero de lo que hablamos no del ser humano. Sino de que lo más parecido a Dios que nos podemos encontrar es Google, que, por otra parte, tampoco -como se supone de Dios, aunque algunos lo consideren "padre"- tiene género. Sin embargo, Google no crea, sino que une. Decir que todo el conocimiento humano está en la Red, y por tanto al alcance de Google, es un lugar común, aunque falso. No está todo, y hay conocimientos que pueden no resultar transmisibles por esta vía. Pero es verdad que hay mucho. También errores. Pues este Dios puede equivocarse (quizás el otro, si existe, también ). Y pese a su imagen etérea, Google tiene una base muy física, pues se sustenta sobre átomos y electrones. De hecho los potentes ordenadores de Google no son ninguna nube, sino que están muy en tierra, esencialmente en EE UU (una cuestión de control), y consumen mucha electricidad.


Lo que resulta cada vez cada vez más útil, y preocupante, es que Google sepa de forma creciente más sobre cada uno de nosotros. Que al utilizar el Gmail (el servicio de correo electrónico de Google) salga un anuncio que tiene que ver con el correo confidencial que estamos leyendo, o la búsqueda que hemos realizado, o que, por ejemplo, Amazon, tras haber comprado algunos títulos (¿hay que seguir llamándolos libros?) nos recomiende otros que, efectivamente nos atraen, ya no nos sorprende. Saben no ya lo queremos, sino incluso lo que no sabemos (todavía) que queremos. Es más peligroso.Afortunadamente, Google no es nadie, sino un algoritmo o una serie de algoritmos, pero alguien puede tener acceso a sus datos. 

Google, que tanto ha avanzado en todos los ámbitos (Android, Chrome, etc.), no considera aún necesario cambiar su misión fundacional, la de "organizar la información del mundo y hacerla de acceso universal y útil" (con un sistema de ingresos que funciona allá donde otros han fracasado, claro). Y, así, una empresa privada se ha convertido en un bien común global.

No es sólo Google. El móvil ha supuesto otra revolución, o una dimensión dentro de la revolución general. Pero ha dejado de ser un simple teléfono. Ya es nuestro rastreador. No es que nos sirva para rastrear algo, sino que es el aparato el que nos rastrea: dónde estamos, lo que compramos, etc. Datos que pueden servir para fines comerciales y también policiales. O para revenderlos, como se ha destapado.

Es más, como indicaba un reportaje en The New York Times que planteaba esta idea, las nuevas investigaciones sugieren que al cruzar las referencias de los datos geográficos de una persona con la de sus amigos, es posible predecir cuáles van a ser sus movimientos siguientes con mucha mayor precisión. Por cierto, que  el uso como teléfono, para hacer llamadas, de los móviles inteligentes llega solo en quinto lugar, al menos en EE UU, tras la navegación por la Red, los foros sociales, los juegos y la música. Pero todas estas preferencias pueden acabar quedando registradas sin que, a diferencia de Facebook (un dios menor), lo queramos. Y ÉL lo sabe.

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