Aunque respondía a una pregunta, Philip Gordon, número dos de Hillary Clinton en el Departamento de Estado de EE UU, no improvisaba nada cuando esta semana avisó públicamente al Gobierno británico de las consecuencias negativas que tendría para Londres una posible salida del Reino Unido de la UE. Con razón. Washington –y otras capitales europeas- temen una salida británica, y, consecuentemente, una salida de Escocia del Reino Unido. Pues aunque hoy no parece que los independentistas escoces vayan a ganara en el referéndum sobre la independencia previsto para 2014, la perspectiva de una salida de la UE les daría alas para separarse y quedarse (o volver a entrar).
Fue Charles de Gaulle quién calificó a Estados Unidos de “federador externo” de Europa. Y es verdad que sin el impulso y el apoyo de la superpotencia tras la guerra el proyecto europeo no habría despegado. Los norteamericanos nunca vieron con demasiados buenos ojos el desarrollo de una moneda europea que pudiera rivalizar con el dólar ni de una Europa militar que pudiera poner en cuestión la OTAN. Pero hoy es otra cosa. El euro es una realidad a apuntalar, y su fracaso sería un desastre también para la economía de EE UU. (¿Se acuerdan de la llamada de Obama a Rodríguez Zapatero en mayo de 2010?). Y todos están recortando los presupuestos militares con lo que una Europa militar no vendría mal. Aunque está varada, no echará realmente a andar sin el Reino Unido, con Francia las única verdaderas potencia militares que hay en el Viejo Continente (hasta Rusia).
La pertenencia británica a la UE es “esencial y crítica para EE UU”, afirmó Gordon. “Nos beneficiamos cuando la UE está unida, habla de una sola voz y se centra en nuestros intereses compartidos en el mundo”, añadió, y “tenemos una relación creciente con la Unión Europea como institución que tiene una voz creciente en el mundo y queremos ver una voz fuerte británica” en ella. De ningún otro grupo de aliados (aunque hay algunos neutrales) hablaría así alguien de Washington. Por mucho menos se critica la injerencia en asuntos internos. Pero esas son categorías que sirven de poco a la hora de hablar de integración europea en la era de la interdependencia. Es evidente que a Obama y su equipo no les gusta esta idea de refrendos que pongan en peligro la Unión Europea tal y como la ven.
No es que Londres fuera un caballo de Troya de EE UU en la UE –que en parte sí lo fue- , o un aliado fiel. Además, los británicos tienen una visión económica y comercial más abierta. Y EE UU tiene muchos, muchísimos intereses económicos y comerciales en Europa (y viceversa): Como indica Robin Niblett, director de Chatam House, 190.000 millones de exportaciones de mercancías al año, y, sobre todo,1,8 billones de actividad a través de las filiales en Europa de empresas norteamericanas. Y Washington está impulsando una zona de libre comercio transatlántico, una idea que pese a que la lanzara años atrás Angela Merkel quizás no echaría a volar sin los británicos. “EE UU ya no ve al Reino Unido como útil cuando se convierte en obstáculo a una integración europea más profunda”, concluye Niblett.
No nos engañemos. Aunque esté fuera de la Unión Monetaria, sin Londres la UE se debilitaría. Contaría menos en un escenario global en los que los grandes jugadores son Estados-civilización como EE UU, China, India o Brasil. EE UU necesita a Europa. Y de ahí que haya vuelto a reactivar su función de federador externo para evitar que los británicos se desmanden. Se da, además, la paradoja de que ahora los más euroescépticos están, casi dominan, el Partido Conservador británico, y son a la vez los más atlantistas.
El primer ministro David Cameron debe comprometerse a un referéndum sobre la relación del Reino Unido con la UE en un esperado discurso que ha programado para el próximo 22 de enero. Es al día siguiente de la inauguración de Obama, pero el mismo día en que Merkel y Hollande celebrarán el 50 aniversario del Tratado del Elíseo que selló la reconciliación franco-alemana. Le han pedido que cambie de fecha. Mejor, ¿no? No vaya el Continente a volver a quedarse aislado.