28 mayo, 2007 - 11:18 - EL PAÍS
Análisis final
En resumidas cuentas:
Abstención. Fue el gran protagonista de la jornada de ayer, alcanzando casi un 39 % de incidencia media en el conjunto de la comunidad. Se comprende por qué: el electorado está cansado de atender a proclamas vanas y de escuchar con rictus de fingido interés todos los disparates que los políticos prometen con el fin de encaramarse a un sillón o de no perder el que les calienta los glúteos. Analistas hay que imputan este absentismo al Rocío, pero lo cierto es que la provincia más abúlica ha sido Cádiz, donde en lugar de romería hay varios millares de puestos de trabajo al borde del vertedero. Por esta parte, sólo cabe decir que la clase política no ha logrado interesar realmente al votante y que existe un hiato considerable entre lo que el candidato considera crucial y lo que de veras atañe a la ciudadanía que pretende representar.
Empate. Por lo demás, los comicios dejan en los labios un tediosísimo sabor a dejà vu. No hay cambios de envergadura que merezcan la pena de una reseña, y el mapa político se resiste a alterar su color. Si exceptuamos la debacle de Pacheco en Jerez, la leve erosión padecida por Rosa Aguilar en Córdoba y el repunte tímido del PSOE onubense, cabe apuntar que los resultados se mueven dentro de un insípido margen de empate entre los partidos mayoritarios. Al contrario de la situación invertida que presenta el resto del país, el PSOE ha sido la fuerza más votada en cifras generales, alcanzando casi un 40% del total. Dicho voto procede mayoritariamente de enclaves rurales; las capitales siguen entregadas al PP, que ha igualado o superado a su rival pero se verá imposibilitado para gobernar por los pactos: los casos de Sevilla y Córdoba resultan suficientemente elocuentes.
Caída y auge. Aparte de dicho empate, tan sólo otro par de cuestiones merece atención detenida. Una, la caída por el precipicio del Partido Andalucista, que pierde más de 120 concejales en toda Andalucía y sale con el rabo entre las piernas de varios ayuntamientos de postín como el de Sevilla, en que ha repartido sus cuatro sillones entre PP y PSOE. Acostumbrados a ver en el PA al ave fénix, que cada cinco o seis años se convierte en ceniza para volver a renacer al poco, queremos pensar que sabrá salir de este callejón sin salida que lo ha reducido a partido clínicamente muerto. En mi caso lo siento por Agustín Villar, que en honestidad considero el más interesante de los cuatro candidatos a la alcaldía de Sevilla, pero que no ha sabido seducir a un público que identifica su formación con luchas intestinas, esquizofrenia ideológica, falta de definición. El otro punto remarcable es el tibio ascenso de IU, siglas a las que hasta hace poco dábamos por desahuciadas pero que han vuelto a arañar su cuota de electores sobre todo entre los damnificados del andalucismo. Esperemos que jueguen bien sus cartas y efectúen los pactos a que están obligados con un mínimo de inteligencia para conservar las papeletas.
Y eso es todo, amigos. Este testigo ocular se despide de ustedes después de veintitantos días de cotilleos, diatribas, promesas, muchas promesas, buenos y malos augurios y una labor de galeote de la que para ser sinceros va a agradecer sentirse aliviado. Como diría aquel muchacho de Benidorm, la vida sigue igual.