17 mayo, 2007 - 19:21
Flores para todos
Color. Cuánto dice el espectro lumínico de nosotros mismos. La cara verde revela envidia, ictericia la de tono amarillo, y el encarnado delata al enfermo de amor o de timidez. Azul, emblema del cielo y las profundidades oceánicas, solía ser el color del PP hasta las más recientes elecciones, en que han optado por un naranja desleído que recuerda a gajos de mandarina. El motivo no parece obvio. Tal vez se trate de una mirada nostálgica al pasado, pero no al 92, que fue socialista, sino al 82 de Naranjito y el desarrollismo, vaya usted a saber. Sea como sea, Pedro Rodríguez, alcalde de Huelva por dicha formación, tomó la Plaza de la Merced, en pleno centro, y se dedicó a repartir camisetas del color del hierro oxidado. La camiseta lleva incorporada una flor que podríamos interpretar como una margarita, confidente de los enamorados. Probablemente Rodríguez la ha elegido al enterarse de que las encuestas no le conceden ni un concejal más a pesar de todos los esfuerzos que invierte en arañar votos a Parralo y compañía. Ya lo veo en su despacho arrancando pétalos y preguntándose con voz de adolescente saturado de hormonas si el electorado le quiere o no le quiere, le quiere o no le quiere. Mayo es el mes de las flores.
Más colores. El camaleón nos enseña que cualquier organismo bien adaptado sabe cambiar de pelaje cuando la situación lo aconseja. De rojo taurino se vistió Zoido para viajar hasta Glasgow a animar a su equipo, el Sevilla, sin importarle que ese pigmento explosivo sirviera en el pasado para rodear hoces y martillos. Ayer todo el mundo era rojo como una amapola y más sevillista que nadie. Hasta Monteseirín, que según sabemos prefiere el color verde y no por motivos ecológicos, viajó a Escocia para arropar a la afición. A última hora, sin embargo, los escrúpulos le impidieron ocupar su puesto en el palco de autoridades. Los béticos también son parte importante del censo electoral y un guiño a tiempo, aunque sea por pasiva, puede decidir a muchos apasionados del balón.
Siesta y fiesta. Es lo que propone Miguel Martínez, el alcalde y candidato del PA por Encinarejo, pequeña población dependiente del ayuntamiento de Córdoba que ahora aspira a la secesión y que presume de contar con los habitantes más felices de este rincón del país. Vuelven a figurar en su programa las medidas espectaculares que le otorgaron el bastón en el pasado, a saber: obligatoriedad de la siesta por decreto municipal (las calles se cortan y vallan de cuatro a seis de la tarde) y subvención pública de Viagra. Está claro que los fabricantes de somieres y almohadas deben de rezar a Martínez todas las noches, mientras él y sus convecinos, visto lo visto, se dedican a tareas más gratas.
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