07 mayo, 2007 - 20:10
La lluvia en Sevilla es pura maravilla
Hace cosa de
una semana, Sevilla padeció la congestión de tráfico más mayúscula de su
secular historia. Una tromba de lluvia bíblica inutilizó los accesos a la
capital a lo largo de toda la corona metropolitana y convirtió los viales del
centro histórico en un parque acuático. Yo fui uno de los que sufrió
retenciones de hasta veintisiete kilómetros en la autopista que procede de
Huelva y en la que el atasco se ha convertido en un artículo tan indispensable
como los quitamiedos y el asfalto: no hay manera de regresar a casa sin
invertir una buena media hora varado en el interior del coche, retorciendo el
dial de la radio en busca de la canción de moda o inventariando todo lo que uno
haría en su cocina si dos millares de docenas de neumáticos no se interpusieran
en su camino.
La vida está hecha de incomodidades: diariamente sufrimos atentados contra nuestras provisiones de paciencia cada vez que en el ambulatorio aplazan nuestra visita con el médico para un futuro incierto, encontramos un socavón en la acera que a punto está de rompernos el tobillo o simplemente se pone a llover en cuanto nos sentamos en el velador del café. Una de las máximas de la política consiste en aprovechar esas injusticias del destino para buscar la culpabilidad oblicua del enemigo. Según la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, los atascos que colapsan cada amanecer los accesos a Sevilla son responsabilidad exclusiva del PP, un partido que no gobierna desde hace tres años. Aznar, que es un emisario de Belcebú con bigote y gomina y que además odia con especial inquina a los andaluces, jamás quiso el AVE y sólo propuso la construcción de la SE-40, la nueva ronda de circunvalación que podría aliviar nuestros tormentos, para reírse en nuestras barbas: ni siquiera se le pasó por las mientes ponerse manos a la obra. Ya que estaba en racha, la señora Álvarez podría haber imputado también al PP la desconsideración de las nubes y su pésimo comportamiento electoral a la hora de derramarse con tamaño rigor contra nuestra pobre ciudad. Si Zapatero puede maniobrar en las sombras para que una tonadillera acabe en la cárcel, por qué no lograría el líder de la oposición que las bajas presiones se ceben en un feudo del rival que, según sabemos todos, cuenta con pésimas infraestructuras a la hora de hacer frente a estas eventualidades.
Tal vez Rajoy disponga de un conciliábulo de chamanes y meigas que le socorra en estos menesteres y que posea la capacidad de invocar diluvios, granizadas y epidemias siempre que escasee la munición acusatoria. O, por qué no, también terremotos. Qué miedo: esperemos que al PP no se le ocurra atacar el metro por artes sísmicas, con lo que les está costando al pobre Monteisirín escarbar su topera.
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