14 mayo, 2007 - 20:57
Un fantasma recorre Europa
Abstención. Es el fantasma que recorre Europa, y que los políticos temen mucho más que a cualquier criatura de Stephen King. Una abstención elevada deslegitima no sólo el dictamen de las urnas, sino el propio funcionamiento de la máquina democrática. En los países de las noches de sol, Suecia, Noruega, Dinamarca, una ciudadanía fatigada apenas se arrastra hasta los colegios cada vez que tiene que cumplir con el deber patriótico de elegir a sus dirigentes: parecen haber comprendido que el Estado es un mal necesario al que deben resignarse, pero en cuyos desmanes no van a colaborar. Algo así ocurre también en Cádiz, en donde, según estimaciones recientes, los índices de astenia electoral rebasan el 40%. Dos de cada cinco gaditanos se confiesan perfectamente indiferentes por lo que pueda suceder con su ayuntamiento, por si la persona que va a acotar parques o cerrar fábricas lleve una peluca blanca o se esconda detrás de unas gafas de concha: en ambos casos les separará un abismo insalvable del ciudadano de a pie. Chaves afirma que la abstención beneficia a la derecha y que sus candidatos practican una política de tierra quemada: prefieren destrozar el huerto a que otros se aprovechen de él. Los políticos deberían prestar más oído a lo que late en el silencio: callarse no es siempre sinónimo de otorgar.
Charanga. El PSOE es afecto a las bandas de pueblo y aprovecha siempre que puede cornetas, trombones y trompas para presentar a sus candidatos entre el debido estruendo. Monteseirín se rodeó de una orquesta privada en la Alameda de Hércules de Sevilla, por donde paseó arropado por su escolta electoral mientras saludaba a viejas tonadilleras y se dejaba cubrir por los improperios de los hippies. Los temas de la banda tal vez intentaban sugerir algo: abrieron fuego con El tractor amarillo, para proseguir con el clásico de David Civera Que la detengan, y rematar con Amigos para siempre, justo en el momento en que el alcalde abrazaba a un devoto que le había suplicado un autógrafo. Más de un espectador de tamaño espectáculo se acordó de Antonio Machado y de sus versos sobre la España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María.
Basura. A este concepto nada obsequioso redujo Zoido los vestigios de la Expo 92 de Sevilla, si un tiempo fuertes ya desmoronados. En compañía de sus acólitos recorrió los baldíos salpicados de jeringuillas y escombros donde gatos y ratas juegan sin aburrirse a Tom y Jerry, y prometió que una vez que el alcalde saliente (ése es el epíteto épico de Monteseirín en las bocas del PP) abandonara la poltrona los albañales darían paso a un idílico reino de parques y bosques. Los árboles no votan, pero no por ello deja Zoido de bregar en su defensa: en revancha por las talas indiscriminadas del pasado, anuncia que por cada tronco que caiga se alzarán cinco de la misma especie. En la futura ciudad del PP, entre catamaranes y lianas, convivirán alegremente Tarzán y el capitán Nemo.
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