Lleva casi 48 con el vestido de hada puesto. Sólo se lo quita para dormir. Un sencillo disfraz, de marca ni se sabe y menos de diez euros. De los trece paquetes que ha abierto la de tres años en sólo dos días, el vestido se lleva la etiqueta de regalo favorito. De calle. Ha ganado por goleada al juego de cartas de las familias, a cuatro cuentos, varios kits de manualidades, dos paquetes de tatoos, un platillo chino, el clásico Monos locos, y un móvil de la Kitty con golosinas, ruiditos y cámara de fotos.
Trece paquetes en solo dos rounds. El primer asalto, en Nochebuena, fue el Tió, una tradición catalana --y como otras escatológica-- que consiste en que los niños engorden a un tronco para luego molerlo a palos cantando una canción y así animarle, literalmente, a cagar. El segundo asalto fue el día de Navidad, Papá Noel. Personaje controvertido que despierta el manido debate de si es una tradición impuesta o, ya metidos en la orgía del consumo, no viene de aquí. Yo mejor me calle. Todavía faltan dos rounds. Los Reyes y, en el caso de la mayor, el cumpleaños, que cae en medio de las fiestas.
Cada año es una locura de regalos que no vemos la manera de atajar. A algunos les hace taaaaaaaanta ilusión como impermeables son a los ruegos de, por favor, restringir la cosa a un solo regalo, dos máximo. De modo que acabas recortando por otro lado donde te hacen más caso. Total, que en una casa tiene 10 paquetes, y en las otras dos, uno en cada una. Ella no acaba de entender la diferencia –-cómo le explicas a una niña por qué en una casa tanto y en las otras tan poco-- y además te ves obligado a medio mentir ante los familiares que sí se limitan a un regalo: “esto ya lo tenía”, respondes cuando te preguntan de dónde han salido tantas novedades. Yo sé que no cuela, que saben perfectamente de dónde viene cada cosa y, aunque les molesta, no dicen nada.
Afortunadamente, la realidad es tozuda y demuestra que la satisfacción no es cuestión de cantidad. Y que con los niños el mucho, caro o grande no es sinónimo de mejor. Por eso estoy tan contenta de que el regalo que más ha triunfado hasta ahora sea el disfraz: el más sencillo y barato, pero el que ha sido pensado con más cabeza. Sólo me sabe mal que al tío que se lo regaló, que es cocinero, le tocara currar y se perdiera la cara de emoción de la enana al abrir el paquete.