Acabamos de comprar la sillita de coche de la foto para la de 10 meses. De segunda mano. Grupo I. Nueva cuesta 250 euros. Hemos pagado 80. Impoluta, con manual de instrucciones y todavía en garantía. Cuando se lo cuento a alguien, pone cara de ¿estás segura? y me suelta: ¿de segunda manooooooooooo? Más allá del trapicheo de cacharrería de bebé entre amigos y familiares --tan útil para ahorrarse según qué como para sacarse de encima lo comprado--, nunca he entendido cómo no hay más cultura de compra-venta de segunda mano en artículos de puericultura.
La mayoría del material que se utiliza en los dos primeros años de un bebé es caro, ocupa un montón de espacio y tiene una vida útil muy útil pero muy corta. El capazo, el carro con cuco, la silla de coche grupo 0, la mochila de ir de excursión (¡regalo la nuestra, impoluta, con parasol y capa de lluvia, como máximo se habrá utilizado 30 días, cuarta mano!), la hamaca, las mantas y gimnasios de actividades, la bañera plegable… Normalmente con el primer hijo hace ilusión comprar y estrenar, pero a partir del segundo, como que ponemos la directa.
Antes de Navidad fui a donar juguetes a Cáritas, entré en su tienda Ropa Amiga y en la sección de puericultura casi me da un pasmo: si no había 15 tronas, 10 sillas de coche y 30 cochecitos variopintos no había ni uno. Súper económicos y en relativo buen estado. Muchos de ellos vienen de familias con gemelos. Lo mismo ocurre en las tiendas que compran y venden de todo y más. Otra cosa es si el que vende o la tienda se molestan en pasarles un trapo.
Aunque en oferta, Internet no tiene rival. Sin intermediarios, sea en foros –aquí en Barcelona funcionan por barrios— o las inacabables páginas de intercambio y venta de segunda mano. Prefiero no dar nombres, luego pasa lo que pasa. Basta un gúgel y poner lo que se busque o se quiera colocar y “segunda mano”.
Quien dice puericultura, dice juguetes, patines, bicis, ropa de abrigo… y quien dice cosas de enanos, dice cosas de todo y de todos, pero esto ya no cabe en este blog.