Si todo ha ido bien, si no ha habido un terremoto en el cielo, cuando leáis esto estaré llegando a Shangai. Viaje de curro. La ocasión perfecta para un ataque de culpa de los buenos. El viaje me hace mucha ilusión, ¡China!, pero me siento culpable por irme en plenas vacaciones escolares de Semana Santa y haber tenido que desplegar logística doméstica de altura, por dejar al resto de familia sin vacaciones, por no estar allí si la de un año empieza a caminar: le falta nada... Pero no dudo de que el sentimiento sería el mismo de haberme quedado en Barcelona: culpable por haber preferido no ir para quedarme con ellos, culpable por no haber asumido un trabajo que no se presenta cada día y haber perdido la ocasión de ir a China, culpable por el compañero que se habría quedado sin vacaciones en Semana Santa (aunque seguro que también le hubiera hecho ilusión)…
La primera vez que escuché a alguien hablar desacomplejadamente de la culpa que nos atormenta a muchas madres fue a la periodista y escritora Eva Piquer: “Las madres nos sentimos tan culpables el día que no podemos ir a recoger a los niños a la escuela, como el día que vamos”. La frase la clava: si no vamos, porque no vamos, es obvio. Pero si vamos, porque había un marrón en el trabajo, porque nos saltamos una reunión importante…
El último libro de Piquer, madre de cuatro hijos de entre dos y quince años, se titula La feina o la vida (El curro o la vida). En el capítulo Toallitas impregnadas de culpa reflexiona sobre la ausencia de sentimiento de culpa de las madres de antes: por lo menos la suya, que “por imperativos de la época, ejercía de ama de casa”. No había las comodidades de ahora ni los hijos se subían a “cuatro manos y dos cerebros”, pero su madre “no se sentía tan culpable”. “Por un lado estaba contigo todo el santo día, sin abandonarte para salir a ganarse las pesetas. Por la otra, en esa época los hijos se tenían porque tocaba y se educaban sin tantos manuales ni modelos de crianza”, dice.
Piquer derrocha sentido del humor, pero suelta verdades como puños. Como que la conciliación laboral “es una leyenda urbana: todo el mundo habla de ella pero nadie la ha visto”. Ella reconoce que estaba convencida de que ella sí, que podría con todo sin renunciar a nada, ni a la vida profesional ni a la personal o familiar. Pero se la pegó contra la realidad, explica por teléfono: “Siempre hay una renuncia. La hay si optas por no tener hijos, si los tienes y trabajas pero no les ves, si los tienes y trabajas menos para verles, o si no trabajas para estar con ellos todo el tiempo”. En uno de los capítulos, Piquer se refiere a “madres con profesiones cualificadas que o bien renuncian a la maternidad o tienen hijos pero lo disimulan. No estaría bien visto que terminaran para ir a recoger niños a la escuela, o que escaparan cuando tienen a un hijo enfermo o pusieran mala cara cuando las convocan a una reunión a las ocho de la tarde”. En cambio, para los hombres, “tener hijos es un detalle que queda bien en su currículum”.
El sentimiento de culpa es transversal en el libro, una sucesión de brevísimos capítulos, algunos fueron entradas en su blog, que peinan al detalle la realidad del día a día con hijos. Piquer habla de crianza, más o menos natural; de lactancia; de la salud y la relación con los pediatras, con las canguros, abuelos y demás familiares; de hermanos “que se pelean como buenos hermanos”; de educación, de noches en blanco; de cómo y cuando es el momento de hacer desaparecer las manualidades de los niños de casa (uf, leo en el capítulo La misteriosa desaparición del caracol de barro que no soy la única que lo hace, con “nocturnidad y traicioneramente”); del horror de tener que conseguir un pantalón amarillo porque lo piden en la guardería; de padres-hombres perfectos (que “haberlos haylos”, aunque algunos tienen la necesidad de ser reconocidos permanentemente como tales); de consumo; de la extraña sensación de ir por la calle sin alguno de los cuatro; del maratón de compromisos lúdico-escolares de cada fin de curso… y de las confidencias que se comparten en los foros de madres en la red. Allí, por lo visto, la culpa también es una de las protagonistas.