El domingo pasado fue el día de la madre. En casa no lo celebramos (tampoco el del padre). Solo quedó constancia por la campaña publicitaria previa y el regalito que me hizo Natalia: un abanico que en la parte superior estaba decorado con huellas pintadas con sus deditos, preparado en la guarde.
Mi primer regalo fue una declaración de amor de la profe de David en la escuela infantil: una mariposa de cartulina en la que ponía "Te quiero", que me trajo al hospital hace dos años, justo cuando acababa de nacer su hermanita, y que casi me hace saltar las lágrimas. Un brochecito de fieltro, un platito de barro con la huella del pie de la nena, una maceta con un brote que duró dos días, y ahora el abanico son mis otros tesoros. Papá también ha tenido su parte, como un llavero con forma de coche, una corbata de cartón o sendos marcos artesanales con foto suyas con los nenes.
Este año, David no nos ha traido regalos. En su "cole de mayores" ya no los hacen, no sé la razón. Y aunque sean una pequeña tontería, yo, por lo menos, los echo de menos...