Tenemos un vivo debate en la redacción sobre una noticia futbolística, por suerte, por una vez, sin el Madrid ni el Barça por medio. La historia es esta: los equipos alevines del Sevilla y el Espanyol se enfrentan en la final del torneo de Iruagi (Guipúzcoa). El partido acaba con empate a cuatro, y el Sevilla gana por penaltis. Pero el entrenador sevillista, Ernesto Chao, convence a los niños de que cedan el trofeo a los perdedores porque estos se lo merecen ya que han jugado mejor, y además, es el único equipo del torneo compuesto por alevines de primer año, de 10 y 11 años, frente a los de los demás equipos, de 11 y 12.
La noticia fue recogida ayer en muchos medios de comunicación como ejemplo de juego limpio y de lección de valores. Pero varios de mis compañeros piensan que es un gesto que, aunque bonito, enseña poco sobre el espíritu del deporte, la competitividad, y que resulta incluso condescendiente para los perdedores, además de una faena para los ganadores (en la imagen), que lo hicieron respetando las reglas del juego. ¿Qué opináis?