Esta semana estamos de cumpleaños. Aparte de cumplirse el primer año del blog (arrancó el 29 de octubre, ¡gracias a todos los que nos habéis seguido!), hemos celebrado los cuatro años de David. Hasta ahora, solo habíamos tenido fiestas familiares en casa de mis padres (más grande que la nuestra) con algunos niños de parejas amigas. Pero este año, entre que los abuelos ya no están para estos trotes, que su casa está muy lejos para los compañeros del cole y que David, desde meses antes, decía: "Quiero invitar a las bolas a mis amigos", pues tocaba parque de bolas.
No sé si hay algún estudio sobre el tema, pero por las pocas veces que hemos estado en estos sitios, parece que los niños enloquecen. No solo en el sentido figurado, de alegría. Se vuelven como locos, de verdad. Aunque me resulta un poco inquietante la hiperactividad y la felicidad exacerbada que les entra, no era lo que más me preocupaba. Lo que no quería era hacerle pasar por la experiencia de abrir regalos como en una cadena de montaje (mi compañero Javier Salvatierra explicaba aquí lo que ocurre cuando hay demasiados). Y eso sí nos lo ahorramos, con una idea bastante buena de Papageno, el centro de ocio al que fuimos.